RECAÍDA

44 8 0
                                    

Habian pasado tres meses, más de noventa días sin verla.
Ella no había vuelto a la parroquia, no había vuelto a mi casa, no había vuelto al supermercado.

Y aunque al principio estuve de acuerdo con su idea de distanciarnos, los días siguientes no le dieron la razón. Cada vez la recordaba más, así como cada vez aumentaba más la culpa.
Rezaba, estudiaba, daba las misas, pedía que mi amor por Aurora disminuyera pero su ausencia solo aumentaba mis ganas de verla, estimulaba a mi cabeza para recordar cada momento que había pasado con ella.

Lo peor era pensar en que a ella si le estuviera funcionando el estar lejos de mi. Que ella si se estuviera olvidando de mi, y esa egoísta idea también me desagradaba.

Estaba convirtiéndome en todo lo que nunca quise ser, estaba siendo egoísta, la culpa era habitual, y el deseo por una mujer me invadía aún sabiendo que era algo de lo que yo no podía tener.

Tarde una semana más en darme cuenta que necesitaba verla, no podía seguir pensando en ella día y noche y tal vez si la veía podía calmar mi mente y mi corazón. 

Tuve que esperar hasta la noche, para que no me vea nadie y también porque sabía que ella trabajaba así como yo.
La culpa seguía ahí, pero también estaba ansioso con la idea de volver a ver a Aurora, no iba con la intención de que pasara nada simplemente quería verla y tal vez conversar.

Camine tranquilamente hacia su hogar, pero cuando estaba a sólo unos cien metros vi un auto estacionarse enfrente de su casa. La vi bajar del auto acompañada de otro hombre, un médico como ella, los vi hablar unos cuantos minutos antes de que él subiera otra vez al auto y se alejara mientras ella lo saludaba. En tanto yo miraba todo apretando mi mandíbula con fuerza.

Llegue hasta a ella a pasos agigantados, incluso antes de que pudiera terminar de abrir la puerta. La vi saltar del susto en cuanto sintió mi mano en su brazo al igual que vi la calma en su mirada en cuanto descubrió que era yo.

—¿Que hace aquí padre?— me pregunto logrando que mi entrecejo se frunza al ver su comportamiento.
Aun así abrió la puerta y nos hizo pasar a ambos antes de que alguien nos viera hablando afuera de su casa.

—¿Padre?— le pregunte en cuanto estuvimos adentro viendo como ella se quitaba los zapatos quedando descalza solo con su ambo puesto.

— Si— me contestó mirándome a los ojos, dándome a entender que era su intento de alejarnos.

— ¿Quien es él?— pregunte incluso sin darme cuenta del tono de reclamo que use, un tono que a Aurora ni siquiera la inmutó.

— Es un compañero de trabajo, aunque no creo que eso le interese padre— me contestó sería. —¿No es muy tarde para venir?— me pregunto después mientras me señalaba el sofa de su sala para sentarnos ambos. Claro que ella se sento en el sillón opuesto, poniendo distancia.

— Necesitaba verte — le confesé notando como ella suspiraba.

— Crei que habiamos llegado a un acuerdo— me dijo ella.

— Si, se nota que a ti te cae mejor que a mi— dije enojado viendo que ella también fruncia su ceño.

—¿Que quieres decir?— me pregunte enfadada.

— Nada, solo que yo te pienso día y noche y tu pareces demasiado contenta con la decisión que tomaste— le dije y la vi sonreír sin gracia para después ponerse de pie furiosa.

—¿De verdad crees que no te pienso? Claro que te pienso Nicolas, pero te recuerdo que eres sacerdote. Tengo que recordarte la culpa que siento de desear que me toques, que me beses— me dijo enojada.

—Es la misma culpa que yo siento al recordarte gimiendo en mi oído. Pero parece que tu sigues con tu vida como si nada— comente furioso para después escucharla reír.

—¿Eso te parece? Y dime Nicolas, que querías que hiciera. ¿Me encierro a llorar porque no puedo estar con él hombre que amo? O mejor... ¿tu lo has hecho? ¿Acaso dejaste de dar misas?— me pregunto furiosa haciéndome notar mi error. —Quedamos en que no volveríamos a vernos, era lo mejor. Y lo mejor además de no vernos es intentar seguir con mi vida. Y de verdad no puedo creer que hayas venido hasta aquí solo para hacerme esta escena de celos— siguio diciendo, sus mirada ya ni siquiera era dolida, era ofendida pero también furiosa. Estaba furiosa conmigo.

—Perdóname, tienes razón. No tengo ningún derecho, es... hipócrita de mi parte y estúpido pensar que estarías tirada en la cama pensando en toda nuestra situación— le conteste y aunque estaba arrepentido creo que no sone del todo así porque ella me miraba aún con su ceño arrugado.

—No necesito estar tirada en la cama para pensar en eso, porque lo pienso las 24 horas del día. Pero... te recuerdo que eres un sacerdote así que perdóname si intento seguir con mi vida lo más rápido posible para sacarte de mi sistema— me respondió enfadada dejándome sin palabras por un breve momento.       

—Aurora... no se que hacer— le confesé notando su mirada cambiar. —Intente, de verdad intente seguir con mi vida pero no puedo. Yo te amo pero...— intente decir pero fue su sonrisa la que me detuvo.

—Pero no quieres dejar tu vocación, entiendo eso Nicolas, y es por eso que no volvi a la parroquia. Pensé que te iba a ser más fácil asi— respondió ella.

𝐃 𝐔 𝐀 𝐋 𝐈 𝐃 𝐀 𝐃Donde viven las historias. Descúbrelo ahora