1. Sin Nada Que Pensar... Ni Decir

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Subí a esa furgoneta después de despedirme de ella. La noche era fresca, y el viento soplaba tan fuerte que se metía entre las aberturas de mi ropa. La abandoné ahí, sin nada más que decir, sin nada más que sentir. Aunque le prometí volver a verla, sé que nunca sucederá. No puedo sentir amor por ella, pues nunca lo fue. La dependencia fue algo que nunca antes había tratado de reparar en mi vida. Desde que le lloraba a mi padre todas las noches afuera de esa horrible casa rodante, o cuando iba al pequeño arroyo a tirar rocas, dejando en ellas todo el odio que sentía hacia él y hacia el mundo entero. Ahora no puedo sentir nada, ni odio, ni amor, ni siquiera podría decir que siento indiferencia. ¿O acaso la indiferencia es un sentimiento? No lo sé, siempre fui una mierda en la clase de filosofía.

Miro el camino a través de la ventana polarizada del furgón que me lleva a una ciudad que está a medio día de distancia. Ronnie Arrows, quien es mi puto manager, y mi puto ángel, el único quien metió las malditas manos cuando los padres de Maria me acusaron por meter sustancias en su organismo. Yo no quería hacerle daño, maldita sea, y yo no metí éxtasis en ella. Sé que debí protegerla esa noche, y no lo hice.

Espero que al amanecer, al llegar a Dallas, encuentre una buena estación de servicio en donde el café sepa amargo y no a tierra. Es de noche, y quizás debería de dormir un poco. A mi lado está Alex, quien viene escuchando el nuevo álbum de Bleed From Within. Sé que lo está escuchando porque sus auriculares son tan grandes que una pequeña onda de percusiones se escapa por sus orejas y me permite saberlo. Nunca he escuchado a tal agrupación, ¿debería hacerlo ahora mismo? Eso lo veremos, ya que aún nos faltan siete horas de carretera.

-¿Cómo van por allá?-preguntó el conductor, quien es un tipo que contrató Ronnie, a quien por cierto jamás había visto antes.

Nadie respondió, sus palabras pasaron desapercibidas entre el ruido de los neumáticos contra el asfalto. Los otros chicos vienen dormitando con los auriculares puestos, tomados de una gran frazada. Yo solo voy encogiéndome de brazos, sin el más mínimo indicio de sueño en mi organismo, observando las luces del furgón recorrer la carretera. Me recuerdan a los viajes que hacíamos con el tío Jeremy, el primo hermano de mi madre, en donde siempre me sentaba en el asiento delantero, en la parte del medio. Su camioneta era vieja, pero no del todo ruidosa. Pensaba durante el trayecto sobre qué pasaría si papá y mamá volvieran a estar juntos. Quizás mamá habría dejado de beber, y papá sería un poco más responsable. Tal vez sea un alcohólico, igual que mamá, o habrían mantenido un matrimonio sano, y yo estaría ahora mismo concluyendo la universidad.

A estas alturas, no sé qué es peor, ser un músico apasionado y sin un respaldo profesional, o un gran profesionista con la gracia de tocar un instrumento y saber cantar en las fiestas.

-Oye, viejo-Alex tocó mi hombro-. Estuve investigando en mi feedback que el público nos quiere de teloneros para Bleed From Within.

-¿Es por eso que llevas todo el trayecto escuchando su nuevo álbum?-respondí, con el mínimo interés que puede tener alguien que no ha dormido en más de catorce horas.

-¿Cómo pude perderme de todo esto?, ¡son increíbles! Oh, y creo que tu voz es muy parecida a la de Scott Kennedy, es decir, ambos son buenos cantantes.

No tengo idea de quien sea ese tipo, y dudo que yo cante igual que él. Si su banda encabezaba los carteles de los festivales de rock más grandes de America y Europa, dudo que podamos ser igual de buenos que ellos.

-Te equivocas, amigo-respondí-. Si no te molesta, quiero disfrutar de las cuatro horas de camino restantes en silencio. Quizás y si duermo un poco esté de mejor humor para hablar sobre futuras promesas del metalcore.

-Lo siento-su mirada apuntó hacia sus piernas, se miraba cohibido, y parecía conocer el motivo de mi sentir de ahora-. Solo una cosa... si necesitas hablar, solo dilo, a veces es bueno desahogarse un poco, lo sé gracias a Lily.

La señorita de piel canela iba recargada en la venta, a lado de Alex, quien estaba de por medio. Janick y Ned dormitaban en el asiento trasero, ambos recargados hombro con hombro. Toda mi banda estaba aquí, al parecer... y fue en ese momento en el que me di cuenta de que necesitábamos un guitarrista virtuoso que fuera más rápido que el idiota de Trevor, y que pudiera seguirle el ritmo a los rasgueos de Janick. Se lo pediré a Ronnie cuando lleguemos a Texas. Ahora por fin creo que podré conciliar el sueño, y claro, después de terminar una relación más que ha fracasado. Bueno, soy Kyle Stoff, y nuevamente, no tengo tiempo para pensar en unas piernas lindas o en un rostro angelical de alguna adolescente... o de alguna mujer mayor.

Nunca Veré La Costa OesteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora