17. Tennessee Creek

1 0 0
                                    

Una larga fila para salir de aquel lugar, donde todos muestran desesperación en sus rostros y un malestar de alrededor de cuatro horas de permanecer sentados en un mismo lugar. Un lugar repleto de personas, donde todas van y vienen, y otras que solamente se van. Desde un grupo de personas emocionadas por conocer lugares nuevos, por vivir nuevas experiencias, hasta alguien que viaja con un nudo en la garganta y miles de emociones negativas recorriendo todo su cuerpo.

-El reclamo de equipaje está por el pasillo a la derecha, gracias.

La voz de un hombre con chaleco tinto y gorra me devolvió un poco a la realidad. Le di un trago al latte tibio, sino es que estaba helado, que pedí antes de despegar desde el aeropuerto de Nueva York. No tenía sabor en mi boca, el café solamente evitaba que me quedara dormido en el avión en medio de toda esta gente. Por mera suerte, nadie me reconoció, o si lo hicieron, no me pidieron fotos ni videos saludando.

Hoy no era un día para eso, incluso Andy respetó mi decisión de no querer saber de nadie, de querer poner mi teléfono en la modalidad de no molestar. Esta vez venía a cerrar un ciclo, creyendo que no volvería a ver la costa oeste, hasta ahora.

-Por aquí, señor-dijo una señorita antes de entrar al área de reclamo de equipaje-¿quiere que le ayude a encontrar su equipaje?

-Esto es todo lo que llevo conmigo, gracias-respondí en seco.

Conmigo solo iban mi mochila con mi libreta y mi iPad, y en mi maleta de mano llevaba un par de cambios y unos pantalones que Cherry me había comprado. Quería venir conmigo, pero estuve a punto de dejarle un ojo morado cuando empezó a insistirme. Ella no era mi novia, no era mi amiga, no era nadie, y además, no quería saber nada de esto por ahora. Mis amigos se quedaron en Nueva York, no les pedí que vinieran, pero sé que lo harán, sé que volarán hoy por la tarde y llegarán en la noche para el evento... un evento que sabía que pasaría, pero que por más mentalizado que estuviese, no iba a detener ni un poquito el dolor que me causaría.

Como siempre, cargaba conmigo un suéter delgado que me ayudaba a cubrir los tatuajes cuando quería pasar desapercibido de las personas. Mis gafas de sol me complicaban un poco la vista, pero mantenían ese anonimato. Llegué hasta el estacionamiento, en donde un auto me esperaba para llevarme a casa. Lo supe porque el conductor que estaba de pie recargado al auto era el chofer de la familia Arrows. No había nadie más que aquel hombre, no estaba Ronnie ni nadie que me resultara familiar.

-Por aquí, señor Stoff-dijo el hombre, seguido de abrirme la puerta para que subiera. Antes le di mi equipaje para que lo pasara al maletero y pudiera ir cómodamente mirando la ciudad.

No me dirigió más la palabra durante el trayecto, lo cual le agradecí bastante. No podía dejar de pensar en cómo se sentía todo aquello, ese vacío que siempre estuvo ahí pero que ahora se sentía como si una fuerte corriente de aire estuviese entrando y provocando un dolor intenso, un dolor que no podía saberse cuando terminará.

Le pedí a Alain una botella de agua, este la sacó de la guantera del auto. Le di pequeños tragos para amenizar la tos reseca que sentía en mi garganta por el maldito aire acondicionado del avión. No sabía por qué, pero los síntomas de la gripe se estaban manifestando. Eso siempre sucedía cada que algo malo ocurría en nuestra familia, como el día en que llegamos a nuestra antigua casa en el centro de Los Angeles y las cosas de mi padre ya no estaban. Mamá lloró tanto que olvidó preparar la comida, y yo, un niño de siete años de edad, no sabía qué diablos estaba pasando. Me fui a jugar a mi habitación, esperando a que mamá terminara de llorar y preparara mi pasta con vegetales favorita. Nunca sucedió, dieron las tres y media de la tarde y yo tenía tanta hambre que solo bajé a la cocina para sacar de la nevera un bote de helado de vainilla. Fue la comida más amarga que he tenido en toda mi vida.

Nunca Veré La Costa OesteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora