|E S P U M A|

210 26 0
                                    

Peter se sorprendió al saber que era gestante o doncel, al ser un joven adulto, pero la idea de hijos no pensó en esos tiempos. Nadie se sorprendió cuando su hermana tuvo a gemelos: Bill y Thomas, había antecedentes genéticos.
Cuando decidió casarse con Logan tan pronto como pudieron quedó embarazado, de gemelos varones; la bienvenida y espera fue muy deseada.
Lo que fue una sorpresa se presentó al año y medio cuando ciertos síntomas se presentaron como una vieja amiga, una ecografía confirmaba un par de meses en estado y premió doble, pero eran una niña y un niño... Peter sonrió viendo su sortija en ese momento, era feliz por haber descubierto un amor tan especial e incondicional en cuatro personitas que protegió dentro de su cuerpo, solo que su momento de tranquilidad se esfumó muy rápido al escuchar silencio en el baño, no era buen augurio, menos con cuatro remolinos dentro de la bañera.
—¿Niños?— camina de prisa con las toallas que había olvidado, al entrar por el marco del baño encuentra una torre de espuma que llegaba al techo.
—¡Papi, ven aquí!— uno de sus hijos mayores le grita con alegría mientras los otros rompen burbujas con sus deditos.

—¡Mami, es un castillo!— uno de los menores de todos aplaude con la misma emoción corriendo a las piernas de su padre.

Maximoff solo se quedó callado pensando como demonios habían hecho eso y en tan poco tiempo, la botella de burbujas estaba semi vacía en el piso. Seguían chapoteando dentro de la tina, nunca batalló a la hora de irse a bañar, adoraban el agua tanto que temia que un día les salieran escamas y branquias, lloraban a la hora de secarse —les daré una galleta si salen del agua— medidas drásticas para momentos complicados.

—Mami, se parece a papá— muestra el niño a su hermanita con el rostro lleno de espuma simulando a lo que su grandiosa imaginación decía una barba.

Peter sonrió y negó acercándose —¿Se parece, verdad?— limpió la cara del pequeño Santa Claus con una sonrisa dulce y sincera para sus retoños —vamos, todos afuera, papá va llegar con la cena y nos quedaremos sin comer— toma de uno en uno para entregarles en la regadera. Crecían tan rápido que a veces sentía no disfrutar de sus bebés, besó sus frentes cada uno antes de cambiarlos con sus pijamas favoritas antes que su esposo llegara y fuese quien se hiciera cargo de sus hijos.

Un nuevo amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora