"Incluso si llego a caer otra vez cometiendo el mismo error, no importa si quedo cubierto de lodo, creo en mí mismo porque soy un héroe."
Un ataúd por puerta, un gato que habla, un espejo mágico y un cuervo incompetente, vaya l...
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LAS LUCES refulgían en el palacio mientras la fría noche avanzaba, en el salón de baile, la música lenta se escuchaba por encima de la multitud de hombres y mujeres ataviados con sus más elegantes ropas, Anastasia, una pequeña de cabellera cobriza, hija del zar, vió con ojos brillantes el regalo que su abuela, Marie, le había hecho.
—"Juntas en París" —leyó la inscripción de la llave para el alhajero, sus cejas pronto se alzaron al abrir de par en par los ojos— ¡¿Es en serio abuela?!¡Iremos a París!
Abrazó a la mayor con rapidez, la perspectiva de ir a esa ciudad con la emperatriz le hacía inmensamente feliz, sabía que su padre accedería, y aún si se mostraba reticente, ella le convencería, todo estaba saliendo de maravilla. Pero, como todo lo bueno, habría de acabar, y lo hizo con una fuerte ventisca que abrió las puertas del palacio de par en par, moviendo faldas, candelabros, y las mismas luces de las velas.
Abriéndose paso a través de la multitud que se apartaba, un hombre avanzaba lentamente, sus pisadas resonaban en todo el salón, Rasputin era su nombre, un monje que había sido amigo de la familia hasta que Alejandro le expulsó, pues estaba tomando lentamente un poder político que realmente no debía tener. El Romanov le confrontó, preguntando qué hacía allí, no era bienvenido por nadie de la familia real.
—¡Recuerden mis palabras! —bramó, encolerizado por ser dejado de lado así, el se dedicó a ellos y les sirvió durante tanto tiempo...su furia estaba más que justificada— ¡Sin mí, ustedes morirán, en quince días, toda la familia Romanov morirá!
Las paredes retumbaron, asustando a los invitados y a los mismos aludidos, Anastasia se abrazó de su abuela, aterrada por lo que el azabache había sentenciado, Rasputin alzó un cilindro de cristal que pronto disparó un rayo verde contra el candelabro central. Este cayó al suelo de forma estruendosa, los que más cerca estaban gritaron escandalizados, se cubrieron como podían de los fragmentos de cristal.
Ese suceso marcó el fin.
Tal y como Rasputin había prometido, quince días después, se dió por muerta a la familia Romanov, a casi todos, excepto al mayor misterio que rondaba a la familia, Anastasia.
El hechicero enfurecido por su error al lanzar su maldición, se encargó de dar caza a cada descendiente y pariente sanguíneo de la antigua princesa, su alma no descansaría hasta que el último del linaje Romanov falleciera.
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