CAPÍTULO II

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Amaneció... como todos los días. Edward despertó... como todos los días. Bostezó... como todos los días. Se levantó y fue al baño... como todos los días. Se duchó y cepilló... como todos los días. Se vistió... como todos los días. Desayunó... como todos los días y se preparó para ir al estudio (el escritor suspira)... como todos los días. Sí, es cierto, la vida de Edward era fastidiosa, pero aquella mañana se sentía extraño, pesado, un poco deprimido quizás. Finalmente, Edward suspiró... como todos los días.

Terminó de prepararse y se dispuso a salir rumbo a la limusina pero se detuvo en la puerta, dio media vuelta y echó un vistazo rápido a todos los pósteres de películas que tenía en su habitación. Fue mirando uno a uno hasta detenerse en un portarretrato que estaba sobre una repisa.

Aquel portarretrato exhibía una fotografía que había sido tomada dos años atrás y en ella se apreciaba a Edward acompañado de su padre. Él siempre miraba aquella fotografía antes de salir porque le traía buenos recuerdos, aunque muy dolorosos. Al ver ese pequeño pedazo de tiempo congelado no pudo evitar sonreír, pero en seguida bajó la cabeza y cerró la puerta con llave, luego se fue.

No podía evitar pensar en su padre debido a los muchos momentos alegres que había compartido con él, y fue él quien le dio el más grande consejo que nunca olvidaría: "Si las cosas van mal, se debe ser paciente, porque el tiempo resuelve todos los problemas". Su padre siempre le recordaba esto y él trataba de ponerlo en práctica.

Infinidad de recuerdos surgían en su cabeza mientras atravesaba el pasillo que daba a la puerta principal. Él sabía que al pasar esa puerta tendría que volver a ponerse la máscara con la que era conocido. Finalmente subió al auto, allí ya lo esperaba Mary. El chofer encendió el motor y la limusina avanzó.

Llegaron al estudio y ambos bajaron del auto. En eso llegó Ellie exclamando:

—¡Edward! ¡Qué gusto verte! ¿Podés acompañarnos un rato? Yo y otros productores queremos conversar contigo.

—Estoy retrasado, tenía que haber llegado hace cinco minutos, sea lo que sea tendrá que esperar —respondió él.

—Por favor, no va a tardar mucho.

—Bueno, pero más vale que sea importante.

Fueron hasta una oficina donde se encontraban tres hombres vestidos de negro. Eran productores famosos, colegas de Ellie, y seguro traían una buena propuesta entre manos, o sino, otro proyecto estúpido.

—Buenos días, Ed —le saludó el primer hombre.

—Dejémonos de rodeos y vayamos al punto —respondió Edward cruzándose de brazos.

—Por lo menos tomá asiento —le dijo el segundo.

Edward se sentó y escuchó lo que los hombres tenían para decirle.

—Bien, Edward —empezó el tercer hombre encendiendo un cigarrillo—: tenemos una propuesta para vos.

—Propuesta —repitió él.

—Sí —respondió Ellie—. ¿Conocés la novela infantil "La fantasmita de Francia"?

—Una novela de la cual nunca pudieron obtener el permiso del escritor para hacer una película, supongo —respondió Edward en tono irónico.

—¿La conocés o no? —preguntó el segundo.

—Sí, la conozco. A mí me gusta esa historia.

—¡Uy! ¡Hasta que le gustó algo! —exclamó Ellie en voz baja.

—¡¿Qué?! —preguntó Edward que había escuchado el comentario.

—¡Nada! —respondió Ellie de inmediato.

VIAJE AL CENTRO DE LA MENTEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora