CAPÍTULO VI

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Subieron a un ómnibus. A la par que avanzaban, Edward miraba a través de la ventanilla y quedaba cada vez más asombrado de lo que veía. No tardaron en llegar al otro lado de la ciudad donde se extendía un gran parque en el que las familias iban a recrearse. En un extremo de ese parque se encontraba la gran plataforma grisácea conocida como Materia Gris y frente a ella se alzaba un alto edificio similar a las torres de control que suelen dirigir el tránsito aéreo en los aeropuertos.

—¿Y esa torre? —preguntó

—Es El Locus de Control, desde allí se controla todo lo que ocurre en tu mente. La autoestima, por ejemplo, se regula allí arriba —respondió Ellie.

—¿Todo? Eso significa que... ¡allá arriba está la solución para salir del coma! —se alegró el niño.

—No funciona así. En El Locus de Control se regulan los procesos mentales y nada más, no te ayudaría a despertar.

—¿Podemos subir? —preguntó todavía.

—Nada de eso —respondió Ellie—. Tenemos que llegar a El Consciente lo antes posible, ya te lo había dicho.

—¡No puede ser! —exclamó Antonio quien estaba interesado en otra cosa—. ¡Hay patitos en ese estanque! ¿Podemos ir a ver?

—¡No empieces vos también con eso! —le recriminó Ellie.

—¡Vamos! ¡Quiero ver! —y sin importarle nada más, tomó a Ellie del antebrazo y la arrastró hasta el estanque.

—Bien, nos libramos de ella. ¡Por fin Antonio sirve para algo! —respondió Edward, y dirigiéndose a Sidney—. Yo quiero subir, ¿venís conmigo?

—Me parece que a Ellie no le gusta esa idea.

—¡Ah, vamos! ¿Qué podría pasar?

Ambos fueron hasta la torre, entraron y subieron al último piso usando el ascensor. Caminaron por un pasillo carente de buena iluminación hacia la única puerta que había allí. Esta puerta era grande, metálica y su mecanismo similar al de una puerta de supermercado que, al pararse alguien en frente, se abre automáticamente de par en par; de esa forma, cuando ellos se pararon frente a ella, se abrió revelando el interior.

La cabina del Locus de Control tenía forma hexagonal. Cinco de sus lados se hallaban aprisionados por tableros llenos de botones, interruptores, lucecitas intermitentes y pequeñas pantallas. El lado que se encontraba libre era, obviamente, la entrada.

En medio de esta cabina estaban dos mesas yuxtapuestas una al lado de la otra, y en cada mesa había seis computadoras cuyos cables se conectaban a los enchufes de los tableros. Todas estas computadoras se hallaban encendidas y realizando entre seis a siete operaciones diferentes a la vez. Otro detalle importante es que sobre los cinco lados que estaban cubiertos por estos tableros se levantaban grandes ventanas de vidrio polarizado; tres de ellas daban a la ciudad y las otras dos a un lugar desconocido.

Había poca iluminación, al igual que en el pasillo, además de ventilación escasa y un gran desorden; los cables se hallaban desparramados por el suelo. Con todo esto, es acertado afirmar que El Locus de Control se encontraba en una gran desidia. El lugar parecía incluso estar abandonado a su suerte, hasta que una persona habló desde la oscuridad:

—¿Se les ofrece algo?

Se sobresaltaron y Edward respondió:

—¡Perdón! Pensamos que no había nadie.

—Entiendo... pero sí hay alguien —y el sujeto avanzó hacia la poca luz que había.

El personaje en cuestión era alto y flaco. Tenía el cabello largo, sedoso y plateado como el Dr. Emmett Brown de la película "Back to the future", sus ojos eran del mismo color y su piel pálida. Permanentemente mantenía los ojos bien abiertos con una sonrisa grande y rígida; en ningún momento relajaba sus gestos faciales. Vestía unos pantalones negros y un saco blanco como Rick Blaine de la película "Casablanca". Cuando Edward y Sidney lo vieron por primera vez, se sorprendieron bastante.

VIAJE AL CENTRO DE LA MENTEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora