CAPÍTULO VIII

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—A ver, ¿alguien me quiere explicar quién era ese loco y por qué nos encerró acá? —preguntó Steve.

—Era Psiquis, el encargado del Locus de Control e idiota de profesión —respondió Ellie.

Estaban encerrados en una mazmorra que se hallaba bajo la Biblioteca de los recuerdos, muy por debajo de las cañerías de la ciudad. A través de sus paredes se escurría la hedionda humedad y el techo contaba con algunas goteras de flujo mental.

Cada uno tenía lo suyo. Edward se encontraba apartado y de espaldas a todos; estaba bastante deprimido, sentado en una roca plana y recostado contra la pared sobre su hombro derecho. Ellie iba y venía constantemente debido al nerviosismo que tenía encima. Sidney se encontraba en una esquina, sentada en el suelo y callada, pensando en todo lo que había ocurrido. Steve se la pasaba maldiciendo contra todos los que habían confiscado su moto. Las emociones permanecían cerca de Sidney, ella les inspiraba cierta tranquilidad. En cuanto a Antonio, se encontraba inclinado sobre los barrotes de la celda esperando a que alguien viniera a liberarlos, pero por supuesto, dicho "alguien" nunca llegaba ni llegaría. Éste último notó que Edward estaba solo y que posiblemente necesitaría hablar con alguien para desahogarse, entonces se acercó a él preguntándole:

—Ey... ¿cómo estás?

Pero no respondió. Simplemente estaba allí, inmóvil y con los ojos goteando cada tanto. Lo desesperaba el hecho de que iba a morir y que no podría hacer nada para impedirlo.

—No tenés que sentirte mal.

—Debí haber despertado cuando pude —fue todo lo que alcanzó a decir con una voz cortada por la depresión, y bajó rendido la cabeza.

Antonio comprendió que no habría oportunidad de animarlo, así que lo dejó solo y volvió con los demás. Se acercó a Ellie y le habló:

—No quiero ser pesimista... pero, ¿cuánto falta?

Ellie miró su reloj de Mickey Mouse y respondió:

—Veinte minutos.

—¡Maldición! —exclamó Ira—. ¡Y todo por culpa de Edward!

—¡Dejálo en paz, no es su culpa! —lo defendió Ellie.

—¡Vamos a morir! ¡Todos vamos a morir! —clamaba Tristeza llorando desconsoladamente.

Mientras cada uno se quejaba a su manera, Sidney mantenía el silencio recostada contra la pared y con la mirada hacia arriba. Luego miró a Edward; a pesar de todo lo que había pasado le daba pena verlo así. Entonces recordó el libro que había guardado dentro de su sombrero.

Lo sacó y lo miró con tristeza, por unos segundos dudó en abrirlo hasta que finalmente lo hizo. Avanzó unas páginas hasta la parte en la que Edward entraba a su habitación. Miró sin interés esta escena y estuvo a punto de pasar de largo cuando, de repente, sus ojos se abrieron desmesuradamente al ver algo que llamó su atención.

Se fijó únicamente en los pósteres de películas en las que ella aparecía. Un golpe de imágenes y sensaciones subió por su cuerpo. Recordó las películas en la escalera del vacío existencial, una revelación surgió: la mente de Edward se había basado en muchos de los personajes que ella –la verdadera Sidney –había interpretado para crearla. Y empezó a sentirse mejor consigo misma y un tanto culpable por la forma en la que había tratado a Edward. Lo volvió a mirar, pero esta vez con ternura. Entonces se levantó diciendo:

—¡Muy bien, escúchenme! ¡No me voy a quedar sentada esperando!

—¡Ella tiene razón! —la apoyó Steve—. ¡Tenemos que hacer algo!

VIAJE AL CENTRO DE LA MENTEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora