CAPÍTULO TRES

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El de cabellos negros estaba sentado
frente a una motocicleta, tal parece que
estaba cambiado algunas refacciones de ella, su concentración completa estaba en colocar las piezas pero una dulce voz interrumpió aquello. Al dar la vuelta a su rostro pudo verla ahí, la pequeña Konoe, así le llamaba él.

– Konoe, pensé que no vendrías. – Una sonrisa apareció en el rostro de la chica al ver como él ya estaba esperándola.

El más alto de los dos tomó un pequeño trapo a su lado para limpiar cualquier rastro de grasa en sus manos y poder acercarse a ella para acariciar sus suaves cabellos.

– Es la hora de comer. – Dijo haciendo una seña con su cabeza hacia la única mesa limpia del taller.

– Puedes dejarlo ahí, tan pronto termine acá iré a comer. – La muchacha se negó. – Konoe, en serio. –

– La última vez dijo lo mismo y dejó la comida ahí, así que me quedaré aquí para asegurarme que se alimente bien. – Su pie se levantó un poco para golpear contra el piso y dar la señal que no pensaba en moverse de ahí.

Sano solo pudo sonreír ante el tierno acto infantil que hacía y accedió. Ambos estaban sentados en la mesa, ella se sentó del lado que quedaba justo frente a él, eso le daba la perfecta posición para mirar a su amado como toda una boba enamorada.

– Tu abuela si que cocina bien, he probado esto desde que tengo catorce y el sabor incluso es mejor. –

– La abuela es muy buena para la cocina, ella dice que su secreto es ... hacer todo con amor. – Eso último lo susurró hacia él como si de un secreto se tratara.

Ambos la estaba pasando bien, él le platicaba de las cosas que hacía en las motos y sus nuevos planeas para mejorarlas, ella solo escuchaba atenta cada una de las palabras que decía, su emoción al hablar de ello, el brillo que emanaba de esos dulces ojos demostrando que era su pasión ese lugar. Todo se vio interrumpido por un grito en la entrada, el primero en ir fue él y por supuesto ella lo siguió.

– Oh, Aneko. – Saludó con una enorme sonrisa a aquella chica alta, de vestido floreado y un cabello bien cuidado, era casi de la edad de Shinichiro tal vez un año más joven. Pero para Harashi parecía de unos cuarenta con ese absurdo maquillaje. No pudo negar que le causaba tristeza ver como él la miraba con tanto amor.

La chica sacó de sus bolsillos lo que parecía ser de alguna joya costosa, la tal Aneko solo lo lanzó contra el rostro del mayor.

– Me aburrió esto. Terminamos. – El brillo en los ojos de Shinichiro se desvaneció, eso sin duda rompió el corazón de Harashi.

La chica empezó a alejarse como si nada, tomando su teléfono para empezar a mensajear. La joven Harashi fue directo hacia ella tomándola con fuerza del hombro.

– ¿qué demonios te sucede, niña? – El agarre en la mano de Konoe era fuerte tanto que la otra no podía ni siquiera moverse, esa era la fuerza de Harashi. – ¡Sueltame.! –

– ¿Crees que te dejaré ir después de eso? No puedes venir solo a decir eso y esfumarte como si nada, le debes una disculpa por como lo trataste. –

– ¡SUELTAME, DIJE.! – Aneko levantó la mano lista para golpear a la menor, pero fue detenida por la de Shinichiro quien la miraba de una manera distinta.

– Vete. – Fue lo único que dijo antes de soltarla y poner a la pequeña Konoe detrás suyo para protegerla.

La desagradable mujer por fin salió del local y aquel mal momento terminó después de todo. Asomó la cabeza por un costado viendo nuevamente la tristeza asomarse en los ojos de su amado, caminó un par de paso hasta estar frente a él tomando sus manos para que la mirara.

– Tranquilo, Shinichiro-kun, cuando estemos juntos jamás volverás a sentir esas fea sensación. –

Las palabras infantiles de aquella niña por alguna una razón le hicieron sonreír, era consciente de que jamás sería verdad pero la sonrisa de ella y su firmeza al hablar lograban algo dentro de su corazón.

La tarde transcurrió muy rápido para ella, ya estaba por caer la noche que era un anuncio de que era momento para irse.

– ¿Segura que irás sola? – Cuestionó dudoso el más alto.

– Sí, tranquilo. Además me reuniré con los chicos para una reunión, fui invitada. – Mintió. Era muy claro que él sabía eso.

– ¿sigues insistiendo en ser parte de Toman? –

– Ser la primer chica dentro de la Tokyo Manji no se ganará solo, ¿o sí? – El pelinegro sólo soltó una risa al oírla.

Harashi dio la vuelta y caminó hacia la entrada, pero se detuvo después de unos pasos. Fue rápido el movimiento que hizo al regresar e ir hacia Shinichiro, robó un pequeño beso a su mejilla antes de salir huyendo de ahí para evitar los regaños que seguro terminaba por soltarle.

– Esa niña... ‐ Susurró mientras la veía desaparecer.

                              ( . . . )

Al llegar a casa solo saludó a sus abuelos y corrió a la habitación, tenía poco tiempo para cambiarse e ir alcanzar a los chicos antes de que se fueran sin ella. Usaba unos pantalones negros y una camiseta blanca, además de la chaqueta que mitsuya había confeccionado para ella.

"Tan pronto seas parte de la pandilla haré los bordes." Hace tres años de eso.

Pero no perdía la esperanza en que algún día por fin la dejaran formar parte. Su abuela siempre le pedía que tuviera cuidado al salir, en cambio su abuelo le decía que no tuviera piedad pero que jamás olvide el límite entre defensa y hostigamiento.

La chica salió corriendo al edificio donde vivían Matsuno y Baji, ese siempre era el punto de encuentro. Apenas pudo llegar vio como estos ya estaban sobre sus motos listos para irse por lo que no dudo en ponerse frente a ellos.

– ¡Hola, chicos! Lamento llegar tarde. – Dijo lo más tranquila. Chifuyu no estaba para nada sorprendido con su repentina aparición, Baji la reñagaba por no obedecer y Tora solamente esperaba el regaño que le darían los demás miembros al verla llegar.

Subió en la moto de Chifuyu porque en ese momento era el que menos intención tenía de lanzarla en el camino.

Los cuatro llegaron al lugar donde usualmente se reunían todos. Los capitanes, subcapitanes, el comandante y subcomante ya estaban ahí esperando a que el resto llegara.
Las miradas se posaron ellos al instante.

– ¿qué demonios haces aquí? – Manjiro no reflejaba mucha emoción en verla, ni tampoco intenciones en permitir que se quedara.

𝐀 𝐦𝐢𝐬 𝐨𝐣𝐨𝐬. || Shinichiro Sano. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora