III | Las Miradas Lo Dicen Todo

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Una invitación inesperada había llegado al castillo, pasando por las manos del rey y su consejero; era un baile para celebrar el cumpleaños #55 de la condesa Wilson. El monarca no tenía ánimos de suplicarle a su esposa para asistir a tal evento, a pesar de que en sus adentros anhelaba revivir los viejos tiempos donde fue feliz. Su denso suspiro delató sus anhelos y el consejero lo escuchó como tantas veces en los últimos años.

—Majestad, ¿Por qué no envía al príncipe y a lady Maximoff? Así podrá continuar con esta distracción para el pueblo y le dará más credibilidad al espectáculo— dijo Zemo, en su puesto de consejero real al máximo auge.

—¿Y crees que la señorita sepa cómo comportarse en esta clase de eventos?

George desconfió de la sugerencia, ya que la chica se desenvolvería en un lugar desconocido y se arriesgaban a que mostrara la falsedad de la situación. No lo podían permitir, no cuando el espectáculo apenas comenzaba y habían captado la atención de los medios y el público esperaba ansiosamente si la chica sería la novia del príncipe y, por ende, la futura reina consorte.

—...La reina tiene la experiencia y paciencia para enseñarle eso— el rey lo pensó por un momento, aún sin estar convencido y teniendo la fina invitación de papel entre sus manos— Los medios estarán ahí y este teatro se hará más grande— eso lo terminó por convencer.

—Está bien. Puedes informarle a la reina sobre esto— mencionó devolviéndole la invitación con el roto botón de cera con el sello de los Wilson.

Helmut, después de una reverencia, acudió a la esposa del rey para darle las instrucciones a seguir. Winnifred se mostró tranquila y emocionada, puesto que era un gran paso para que su hijo y Wanda se conocieran aún más que esas simples miradas discretas y breves palabras de saludo acompañadas de reverencias.

—...Estaré encantada— dijo sin problemas antes de retirar su vista de la invitación.

—Majestad ¿Está segura de esto?

—Por supuesto que sí.

—La chica no es de la realeza, ni siquiera posee un título noble. No será un trabajo fácil— de la nada dejó salir un suspiro, al ver la mirada confusa de la reina— Rebecca se ha preparado y educado para ser una princesa en sus 20 años. No será sencillo para una chica ajena a estas paredes.

—Helmut, lo sé. Pero creo firmemente en Wanda. La chica sacrificó su libertad para salvar a su familia, aunque el costo sea un teatro y un matrimonio forzado. Quiero ayudarlos, a James y a Wanda, tal vez esta sea la oportunidad de que ambos se conozcan mejor y puede que ambos se enamoren.

—Suena como un cuento con un final feliz. Majestad, temo expresarle que esto es más complicado de lo que cree o pueda imaginar.

—Confía en mí, Helmut.

El rubio no dijo nada y sólo hizo una reverencia antes de retirarse y regresar por donde había llegado. Claro que confiaba en la reina, ciegamente, incluso más que su primo, el rey; pero hacer que el príncipe y la chica se enamoraran era una misión difícil, mas no imposible, ya que todos tienen un pasado que puede ser bueno, regular o malo, pero en el caso de su sobrino, era algo que siempre lo perseguiría y no por buenas razones.

§

Wanda despertó esperanzada en que todo lo que pasó en días previos fuese un mal sueño. Aterrizó en la realidad al sentir las sábanas de seda color crema y lo cómoda que era su almohada. Estaba rodeada de lujos que creía indispensables para cualquier persona, pero que parecían un sueño. Salió de la cama y abrió las ventanas, por segunda vez desde su llegada. Sus ojos se abrieron al ver que el balcón con rosas en jarrones de mármol era un espectáculo diferente al que vio antes. Era una belleza de vista, donde se deleitó al sentir la fresca y suave brisa del aire pasar sobre su rostro. Al bajar un poco la mirada, vio al príncipe pasearse de un lado a otro dentro del jardín de rosales, que el día anterior visitó con él. Parecía frustrado. ¿Cómo alguien como él, con la vida resuelta y perfecta, podía frustrarse?

SER UNA BARNESDonde viven las historias. Descúbrelo ahora