"No somos salvajes"

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Lysandro era algo despistado y tenía una memoria algo difusa. De ese tipo de humanos que pueden perder un lápiz teniéndolo en la mano. Por eso no era de extrañar que se hubiera olvidado por completo del asunto de su invitado hasta que bajo las escaleras de su casa aquella mañana y entró al salón del comedor donde se encontró con el pelinegro sentado cómodamente a la mesa disfrutando de lo parecía ser un desayuno completo.

Armin se veía cómodo, cual si estuviera en su propia casa, ahora vestía de forma más acorde al lugar. Aunque el albino no pudo evitar reconocer sus propias prendas en el otro, prendas que dicho sea de paso le quedaban un poco grandes, haciéndolo ver más pequeño de lo que realmente era.

— ¿Quién te dio mi ropa?— preguntó extrañado por el acontecimiento.

— ¡Buenos días, patrón!— saludó el de ojos azules, dándole un evidente tono burlesco a la última palabra para luego sonreír de forma maliciosa y darle un sorbo a la taza de café que estaba entre sus manos.

El de ojos dispares no pudo evitar sentir un pequeño escalofrío recorrer su columna ante el honorífico, después de todo no estaba acostumbrado a ser llamado así por nadie más que unos pocos empleados de la hacienda, a los que dicho sea de paso insistió que le llamarán por su nombre pero nunca lo consiguió.

— No te dirijas hacia mi de esa manera porfavor— solicitó frunciendo el ceño para evidenciar su incomodidad ante el tema, cosa que solo pareció alentar aún más al contrario.

— ¿De qué manera, patrón?— volvió a atacar Armin ahora evidentemente haciéndolo a propósito.

— ¿Quién te dijo que me llamaras así y por qué estás usando mi ropa?— se quejó el albino llevándose dos dedos al tabique de la nariz para evitar una muy probable jaqueca. Predecía que el programador sería causante de varias en el futuro próximo.

De repente de la cocina, con otra bandeja llena de comida, salió la señora Francis aclarando todas sus dudas. La mujer tenía complejo de abuela y venía a atiborrarlo de comida de vez en cuando, actividad en la que ahora estaría incluido el pelinegro al parecer.

— ¡Buenos días patrón!— saludó con entusiasmo la mujer mostrando quien le había enseñado la molesta palabrita al citadino— Siéntese a desayunar. Hoy me levanté temprano. Hice un poco de mantequilla y hornee pan para nuestro invitado, después de todo no podemos dejar que pase hambre— comentó la mujer dejando la bandeja sobre la mesa para luego darle un pequeño pellizco cariñoso en la mejilla a Armin, quien a su vez le dedicó una mirada digna de muñequito de precious moments.

"No puede ser, ya la tiene en su bolsa" pensó el más alto resignado a esta nueva camaradería entre sus "empleados".

— ¿Y tiene mi ropa por qué...?— preguntó de nuevo Lysandro mientras tomaba asiento tambien en aquella rústica mesa.

— Bueno no pensaba quedarme así que no traje ningún cambio de vestuario— explicó el de ojos azules acomodando las mangas enrolladas de aquella camiseta a cuadros que efectivamente le quedaba algo grande, pensando a su vez que posiblemente el otro lograba llenar muy bien la prenda con ese pecho ranchero y musculado que tenía— le conté de mi problema a esta amable mujer y ella me la dio.

— Pero tranquilo patroncito. Es de la que ya no le quedaba así que no le va a hacer falta— aclaró la mujer con voz dulce a su jefe.

Sacando de su mente el pecho ranchero hiper masculino del contrario el programador decidió tratar un tema más importante.

— ¿Puedes llevarme a un lugar con internet cerca de aquí? Necesito revisar que todo vaya bien con mis apps por lo menos una vez al día— solicitó al albino con cordialidad. Podía estar atrapado allí un mes pero no permitiría que sus proyectos se fueran a pique por una apuesta.

— ¡Está bien! Pero sería más fácil si te conectas al internet de la casa— respondió el de ojos desiguales con tranquilidad.

— ¡¿Tienen WiFi?! ¡¿Por qué no me lo dijiste?!— el de ojos azules reclamó molesto al pensar en la aburrida noche que tuvo jugando al dinosaurio. Del cual, para colmo de males, no logró siquiera superar su propio récord.

— ¡Oh lo olvidé!— respondió este pero la sonrisa estúpidamente sexy y maliciosa que le dedicó, indicaba que de hecho solo estaba jugando con él.

— ¡Bien! dame la contraseña— exigió cruzándose de brazos con indignación.

— Ah, también la olvide— confesó el otro y esta vez por lo sinceramente confundido que se veía, era claro que no estaba mintiendo.

— ¡¿Cómo olvidas la contraseña de tu propio WiFi?!

— Tranquilo joven, yo la tengo apuntada— ofreció su ayuda Francis, divertida por la interacción entre los chicos, llevaba años sin ver a su joven patrón actuar así de relajado.

A sus ojos aquel chico citadino era una pequeña chispa de diversión que quizás podría volver a encender el fuego que alguna vez vio en los ojos de su jefe. Eso sí primero no lo terminaba volviendo loco.

EL JUEGO (LysMin)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora