Recuerdos de chocolate

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Las mañanas en la granja siempre fueron agitadas pero con la llegada de Armin todo se tornó aún más caótico. De alguna manera en las dos semanas que llevaba allí, el pelinegro había puesto todo patas arriba.

Entre el control de daños estaban una fuga masiva de ovejas a las que se tardó todo un día en volver a reunir, más de tres docenas de huevos quebrados, un caballo que peligraba quedarse calvo y por algún motivo que aún no comprendía, una vaca estaba completamente pintada de rojo.

— Tranquilo patrón, es solo tintura de remolacha— intentó calmar Francis al albino mientras este revisaba todos los reportes de los desastres causados por el pelinegro.

— No entiendo ¿cómo puede...? ¿cómo es qué...? ¿Por qué intentó bañar una gallina?— el hombre se mostró incrédulo ante lo descrito en los informes— ¿Cuánto más piensa quedarse aquí?— se quejó abandonando aquellos papeles sobre la mesa del comedor. Quizá si no los veía desaparecerían por arte de magia.

— El joven Armin es algo torpe pero se nota mucho el esfuerzo que está poniendo en trabajar aquí— respondió la mujer con su característico humor alegre y amable— hay que admitir que un poco travieso pero todos aquí le hemos tomado cariño.

Lysandro sabía que la mujer no mentía al respecto. El programador de alguna manera se había ganado el aprecio de sus empleados. Al principio lo trataban como un intruso inútil pero luego de dos semanas de lidiar con él, les vio intentando ayudarlo a cumplir con las distintas labores. Quizás fuera lo motivado que se mostraba Armin o lo gracioso que era verlo fallar de manera épica. Ya fuera por uno u otro motivo les caía bien y lo integraron a su grupo sin problemas.

— ¿No crees que está causando muchos problemas?— cuestionó a la mujer, pues a pesar de todo su prioridad es que todo en aquel sitio funcionará de manera correcta.

— No, patrón. Creo que es algo bueno. Adoro este lugar, es mi vida pero seamos sinceros. Las cosas aquí pueden ser un poco aburridas, tener a alguien con ideas nuevas siempre es refrescante para el corazón— argumentó la mujer mientras revoloteaba por allí en busca de los ingredientes para el almuerzo.— Incluso Robert se ha contagiado un poco de su locura.

El de ojos dispares no pudo negar ese hecho. El mismo se había sorprendido cuando un par de noches atrás había encontrado a Armin sentado en su sala explicándole a Robert cómo utilizar una de sus aplicaciones de correo. Lo cual era sumamente extraño ya que el hombre mayor era quisquilloso para usar cualquier aparato tecnológico.

Justo en ese momento al comedor ingreso el pelinegro, quien traía una sonrisa petulante y un aura ganadora. Como si el desgraciado no fuera el causante de las últimas jaquecas del capataz.

— ¡Ejem!— llamó la atención este, mostrando un vaso que contenía apenas un cuarto de leche— Mira lo que he conseguido hoy, en unos días podré llenar un balde completo— se jactó orgulloso de su pequeña hazaña.

Francis aplaudió de forma suave en señal apoyo mientras que el albino se mostró inusualmente receloso.

— Bien por ti, pero aún estás lejos de demostrarme que puedes hacer mi trabajo— respondió el de ojos desiguales con tono indiferente, causando que el más bajo inflará sus mejillas indignado y se marchara con evidente resentimiento del comedor.

— Creo que está siendo un poco duro con él, patrón. Se está esforzando mucho después de todo— le aconsejo con tierna advertencia la mujer para luego salir también del comedor, probablemente para conseguir algún ingrediente fresco para cocinar.

Lysandro, sin embargo, no actuó de aquella manera con mala intención. La realidad es que se sentía asustado. Armin parecía estar listo a ganar aquella apuesta pero el no estaba preparado para perderla.

Suspiró hondo y luego se levantó decidido. Sin pensarlo mucho salió del comedor y subió las escaleras rumbo a su habitación. Una vez allí abrió su armario y sin necesidad de rebuscar mucho encontró lo que buscaba: una vieja libreta en blanco y un par de lapiceros sin usar.

Una vez obtuvo los artículos se dirigió al escritorio en la habitación y los colocó sobre este para luego sentarse en la silla del frente. Entonces se sintió extraño en aquella posición. Llevaba años sin utilizar aquel escritorio y estaba seguro de que no se encontraba sepultado en capas y capas de polvo a causa de Francis y su manía por limpiar todo aunque él no se lo pidiera.

Por un momento se vio de regreso al pasado, cuando aún era tan pequeño que sus pies se balanceaban en el aire sin llegar a tocar el suelo. Casi podía oler el olor del chocolate que preparaba su madre y por un instante la imaginó abriendo la puerta para ofrecerle galletas. Pero nada de aquello era real, su madre ya no estaba y sus pies ahora tocaban sin problema el piso de su cuarto.

No queriendo sumergirse más en aquellos recuerdos abrió la libreta y tomó el lápiz dispuesto a escribir. Era algo sencillo, sabía hacerlo, podía hacerlo. Sin embargo, su mano tembló sin haber siquiera escrito una palabra.

No podía hacerlo, no podía escribir y Armin estaba apunto de ganar aquella estúpida apuesta.

— ¡Demonios!— masculló cerrando con fuerza la libreta y arrojando el lápiz sobre el escritorio. Lamentaba sinceramente el día en que se dejó llevar por la emoción y le propuso al pelinegro aquel estúpido trato.

EL JUEGO (LysMin)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora