XOXO | jinson

CAPÍTULO OCHO

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JINYOUNG

Se me hizo tarde.

Se suponía que DoYoung y yo íbamos a ir a la exposición de arte de JaeBeom la noche de su inauguración, pero a DoYoung le habían llamado para que trabajara todas las noches en lo que iba de semana, porque ningún lugar, ni siquiera la cafetería más moderna de todo Seúl, era inmune a las prisas de las vacaciones.

Entonces habíamos hecho planes para ir esta tarde, antes de que mi familia y yo nos fuéramos a la cabaña, pero esta mañana, mi mentora me había pedido que la ayudara a hacer el inventario de dos de los almacenes en la parte trasera del teatro del campus antes de que todo el edificio se cerrara con llave por las vacaciones de invierno.

Me había disculpado mil veces con JaeBeom y había jurado que haría el inventario lo más rápido posible. Que terminaría a más tardar a las tres de la tarde, y que entonces recogería a DoYoung y nos iríamos para allá. Después tendría que conducir hasta Busan por mi cuenta, y estaría agotado cuando llegara allí, pero esa era la forma en que se desmoronaba el último bocado del escenario capitalista, o lo que fuera su programa.

Sólo que ahora, eran las cuatro de la tarde, y todavía estaba a medio camino de la sala que se suponía que debía catalogar. Estaba sudado y asqueroso y cubierto de una fina capa de polvo, y sabía que JaeBeom se iba a cabrear, pero, para ser sincero, me lo estaba pasando como nunca rebuscando en todo.

Los carteles de los años sesenta estaban guardados en cajas con trajes de los años ochenta, y había encontrado un juego de dagas de atrezzo que parecían asombrosamente reales debajo de un montón de vestidos de noche de lentejuelas que hacían que mi corazón de pollo amante de la emoción se agitara. Todo lo que veía me distraía, lo que significaba que me movía con increíble lentitud, pero no podía detenerme.

Me encantaba la sensación de historia que se tenía al entrar en el teatro. La forma en que cada tabla, cada cortina de terciopelo, estaba impregnada de la energía de épocas y actores del pasado. Me encantó la forma en que se sentía como si pudiera girar la cabeza y ver un fantasma, cantando un aria bajo el rayo de un foco solitario.

Cuando encontré un elaborado disfraz de pirata de una producción de Piratas de Penzance de 1996, no pude resistirme a hacerle una foto y enviársela a Santa.

FROSTY: ¿Qué harías si finalmente acordáramos reunirnos y me presentara con esto?

Sonreí cuando respondió inmediatamente.

SANTA: Depende. ¿Tiene que estar sobre ti mucho tiempo?

FROSTY: Depende del motivo por el que quieras quitármelo

FROSTY: ¿Será porque te da vergüenza que te vean conmigo en público vestido así? ¿O porque, ya sabes, quieres quitármelo todo?

SANTA: Lo segundo, sin dudas. Pero, en realidad, creo que la pregunta más importante es si el disfraz viene con un loro, y si ¿el loro me va a juzgar si nos enrollamos y soy muy malo?

SANTA: ¿También hay una pata de palo de por medio?

FROSTY: No veo ningún loro ni pata de palo cerca, por desgracia. ¿O tal vez felizmente?

SANTA: Pues comprueba el resto de la tienda antes de decir nada con seguridad

Hice una pausa, preguntándome si debía corregirle sobre dónde estaba. No quise decirle mi especialidad cuando me preguntó. En parte, porque me preocupaba que pensara que era una carrera súper gay y, no sé, que le gustara menos por eso. Pero sobre todo porque, desde que Santa había sacado el tema del anonimato, no podía dejar de pensar que tal vez debería preocuparme más por eso también.