IV

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ademanes de la danza, el pecho y el torso desnudos, llenos de bárbaras cicatrices, ybajo la piel, de lejanos y desvaídos tatuajes. El ojo sano y la flor resultabannauseabundos, escalofriantes. Era una fresca flor, natural y nueva, una gladiolamutilada, a la que faltaban pétalos, prendida a los harapos de la chaqueta con un trozode alambre cubierto de orín, y la mirada legañosa del ojo sano tenía un aire malicioso,calculador, burlón, autocompasivo y tierno, bajo el párpado semi-caído, rígido y sinpestañas. Flexionaba la pierna sana, la tullida en posición de firmes, las manos en lacintura y la punta de los pies hacia afuera, en la posición de los guerreros de ciertasdanzas exóticas de una vieja revista ilustrada, para intentar en seguida unos pequeñossaltitos adelante, con lo que perdía el equilibrio e iba a dar al suelo, de donde no selevantaba sino después de grandes trabajos, revolviéndose a furiosas patadas que lohacían girar en círculo sobre el mismo sitio, sin que a nadie se le ocurriera ir en suayuda. Entonces el ojo parecía morírsele, quieto y artificial como el de un ave. Eracon ese ojo muerto con el que miraba a su madre en las visitas, largamente, sinpronunciar palabra. Ella, sin duda, quería que se muriera, acaso por este ojo en queella misma estaba muerta, pero, entretanto, le conseguía el dinero para la droga, losveinte, los cincuenta pesos y se quedaba ahí, después de dárselos —convertidos losbilletes en una pequeña bola parecida a un caramelo sudado y pegajoso, en el huecodel puño— sobre la banca de la sala de defensores, con el vientre lleno de lombricesque le caía como un bulto encima de las cortas piernas con las que no alcanzaba atocar el suelo, hermética y sobrenatural a causa del dolor de que aún no terminaba deparir a este hijo que se asía a sus entrañas mirándola con su ojo criminal, sin querersalirse del claustro materno, metido en el saco placentario, en la celda, rodeado derejas, de monos, él también otro mono, dando vueltas sobre sí mismo a patadas, sinpoderse levantar del piso, igual que un pájaro al que le faltara un ala, con un solo ojo,sin poder salir del vientre de su madre, apandado ahí dentro de su madre. Como máso menos de esto se trataba y Polonio era el autor del plan, trató de convencerla y alfin —sin muchos trabajos— ella estuvo dispuesta. «Usted ya es una persona de edad,grande, de mucho respeto; con usted no se atreven las monas». La cosa era así, pordentro, algo maternal. Se trataba —decía Polonio— de unos tapones de gasa con unhilo del tamaño de una cuarta y media más o menos, cuyo extremo quedaba fuera,una puntita para tirar de él y sacarlo después de que todo había concluido, muy en usoahora, en la actualidad, por las mujeres —era cuestión de que la instruyeran yauxiliaran Meche y la Chata— para no embarazarse y no tener que echar al hijo porahí de mala manera, uno de los recursos más modernos de hoy en día, podríandecírselo La Chata o Meche, y ayudarla a que le quedara bien puesto. Ahí moríatodo, ahí quedaban sin pasar los espermatozoides condenados a muerte, locosfuriosos delante del tapón, golpeando la puerta igual que los celadores, tambiénmonos igual que todos ellos, multitud infinita de monos golpeando las puertascerradas. Polonio se rio y las dos mujeres, Meche y La Chata igual, contentas por lomaciza, por lo macha que resultaba ser la vieja con haber aceptado. Pero bueno: claro

HAHA NO LO VEAS

Relaciones InterpersonalesWhere stories live. Discover now