IX

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permaneciera quieta, conmovedora, transida de piedad, una implorante mirada deprofunda autocompasión, hipócrita, falsa, repleta de malévolas reconditeces. SiPolonio y Albino habían hecho alianza con él, era tan sólo porque la madre estabadispuesta a servirles, pero liquidado el negocio, a volar con el tullido, que se largaramucho a la chingada, matarlo iba a ser la única salida, la única forma de volverse asentir tranquilos y en paz. «¡Déjalo!», ordenó Polonio con un vigoroso empellón detodo el cuerpo sobre Albino. Libre de las garras de Albino, El Carajo quedó como unsaco inerte en el rincón. Estuvo a punto de que Albino lo estrangulara, en realidad, yya no se atrevía a gemir ni a manifestar protesta alguna. Con una mano que ascendiótorpe y temblorosa sobre su pecho, se acariciaba la garganta y se movía la nuez entrelos dedos como si quisiera reacomodarla en su sitio. El ojo le brillaba ahora con unhorror silencioso, lleno de una estupefacción con la que parecía haber dejado decomprender, de súbito, todas las cosas de este mundo. Nomás en cuanto el plan sellevara a cabo y la situación tomara otro curso, pensaba contárselo a su madre, decirlede los sinsabores espantosos que padecía, y cómo ya no le importaba nada de nadasino nada más el pequeño y efímero goce, la tranquilidad que le producía la droga, ycómo le era preciso librar un combate sin escapatoria, minuto a minuto y segundo asegundo, para obtener ese descanso, que era lo único que él amaba en la vida, esaevasión de los tormentos sin nombre a que estaba sometido y, literalmente, cómodebía vender el dolor de su cuerpo, pedazo a pedazo de la piel, a cambio de un lapsoindefinido y sin contornos de esa libertad en que naufragaba, a cada nuevo suplicio,más feliz. Introducir —o sacar— la cabeza en este rectángulo de hierro, en estaguillotina, trasladarse, trasladar el cráneo con todas sus partes, la nuca, la frente, lanariz, las orejas, al mundo exterior de la celda, colocarlo ahí del mismo modo que lacabeza de un ajusticiado, irreal a fuerza de ser viva, requería un empeño cuidadoso,minucioso, de la misma manera en que se extrae el feto de las entrañas maternas, untenaz y deliberado autoparirse con fórceps que arrancaban mechones de cabello y quearañaban la piel. Ayudado por Polonio, Albino terminó por colocar la cabeza ladeadaencima de la plancha. Allá abajo estaban los monos, en el cajón, con su antiguapresencia inexplicable y vacía de monos prisioneros. A tiempo de recostar la espaldacontra la puerta, junto al cuerpo guillotinado de Albino, Polonio prendió lumbre a uncigarro y aspiró larga y profundamente con todos sus pulmones. El sol caía a la mitadde la celda en un corte oblicuo y cuadrangular, una columna maciza, corpórea, dentrode cuya radiante masa se movían y entrechocaban con sonámbula vaguedad,erráticas, distraídas, confusas, las partículas de polvo, y que trazaba sobre el piso, acorta distancia de Polonio, el marco de luz con rejas verticales de la ventana. Al otrolado del contrafuerte solar, la figura de El Carajo, rencorosa y muda, se desdibujabaen la sombra. Los impetuosos montones de la bocanada de humo que soltó Polonio,invadieron la zona de luz con el desorden arrollador de las grupas, los belfos, laspatas, las nubes, los arreos y el tumulto de su caballería, encimándose yrevolviéndose en la lucha cuerpo a cuerpo de sus propios volúmenes cambiantes y

Relaciones InterpersonalesWhere stories live. Discover now