XVI

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de la tierra. Los apandados mismos enmudecieron en su celda, sin ver, únicamentepor la adivinación de que estaba a punto de ocurrir algo sin medida. La mujer sacudíalos brazos en un aleteo irracional y desesperado. «¡No te muevas, vieja güey!»,rompió el silencio uno de los monos y arrastró a la madre fuera del peligro tirando deella por debajo de las axilas. Volvió a reinar el mismo silencio de antes, pero ahora nosólo por cuanto a la ausencia de ruido y de voces, sino por cuanto a los movimientos,movimientos en absoluto carentes de rumor, que no se escuchaban, como si se tratarade una lenta e imaginaria acción subacuática, de buzos que actuaran por hipnosis ydonde cada quien, actores y espectadores, estuviese metido dentro de la propiaescafandra de su cuerpo, presente y distante, inmóvil pero desplazando susmovimientos fase a fase, por estancos, en fragmentos autónomos e independientes, alos que armonizaba en su unidad exterior, visible, no el enlace de una coherencialógica y causal, sino precisamente el hilo frío y rígido de la locura. Algo ocurría enesta película anterior a la banda de sonido. Quién sabe qué dijo el Comandante a losmonos y a las mujeres: se hizo una calma insólita y tensa, dos monos se inclinaronsobre el candado de la celda y desapandaron a los tres reclusos, y todo el grupo —lastres mujeres, sus hombres y los celadores—, tranquilo a pesar de las miradas de locode Polonio, Albino e incluso El Carajo, se dirigió a descender las escaleras. En lapuerta del cajón, el Comandante hizo pasar a dos celadores y luego se volvió hacialas mujeres. Estaba muy seguro de la eficacia de su trampa. «Aquí dentro podránhablar con sus presos todo lo que quieran a la vista de todos», dijo, «pasen primerolas señoras y luego los machos». Las mujeres obedecieron dóciles, con un aire devictoria fatigada. Pero no bien habían entrado, los dos primeros monos, con unaceleridad relampagueante, las empujaron en un abrir y cerrar de ojos fuera del cajón,por la puerta que daba al redondel, cerrando de inmediato el candado tras de ellas.Habían quedado de golpe, sin esperarlo y sin darse cuenta, al otro lado de la Crujía, alotro lado del mundo. No le dio tiempo al Comandante de reír su trampa. Albino yPolonio, con El Carajo en medio, irrumpieron con desencadenada y ciega violenciadentro, seguidos inconscientemente por el Comandante y un celador más. Con unsolo y brusco ademán Albino cerró el candado de la puerta que comunicaba con laCrujía. Ahora estaban solos con el Comandante y los tres celadores, encerrados en lamisma jaula de monos. Cuatro contra tres; no, dos contra cuatro, habida nota de lanulidad absoluta de El Carajo. «Ora vamos a ver de a cómo nos toca, monos hijos desu puta madre», bramó Albino a tiempo que se despojaba de su cinturón de baquetapara blandirlo en la pelea. Un garrotazo en pleno rostro, sobre el pómulo y la nariz, lehizo brotar una repentina flor de sangre, sorprendente, como salida de la nada.Polonio y Albino estaban convertidos en dos antiguos gladiadores, homicidas hasta laraíz de los cabellos. La pelea era callada, acechante, precisa, sin un grito, sin unaqueja. Tiraban a matar y herirse en lo más vivo, con los pies, con los garrotes, con losdientes, con los puños, a sacarse los ojos y romperse los testículos. Las miradas, lasactitudes, la respiración, el calculado movimiento de un brazo, el adelantar o

Relaciones InterpersonalesWhere stories live. Discover now