El barco se hunde.

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Si no tenía cirugía, consulta o junta, pasaba todo mi tiempo disponible con ella. Adoraba besarme, eso era increíble, me comía la boca con tanta dedicación y sus manos juguetonas no dudaban en pasarse de un lado a otro en mi espalda. Nos perdíamos entre los besos en el auto, cuando la dejaba frente a su casa, antes de entrar a restaurantes, antes de entrar a cualquier lado y antes de hacer cualquier cosa.

Por fin podría disfrutar de un fin de semana libre o medianamente libre así que me sentí en la necesidad de invitar a Catra a mi apartamento. Pasaríamos el rato viendo televisión o algo, se suponía. No había captado sus señales de tener sexo siquiera, no quería propasarme y claramente quería que todo se hiciera a su ritmo. La respetaba y ella me respetaba, a veces creía que demasiado. Para compensar mi falta de atención, pedía cosas por Amazon o por teléfono a alguna tienda local y hacía los envíos a su casa, mejor que hacerla sentir abandonada. Claramente me gustaba tratar a Catra tal y como a mí me gustaba que me trataran y eso tenía tiempo que no pasaba. Mi esposa era una maldita desgraciada manipuladora. Mi esposa, qué cómico. Ya ni la consideraba eso, el matrimonio era un barco hundiéndose.

Recordé que insistía mucho en comer donas glaseadas con relleno de mermelada de frutos rojos hechas a mano en una cafetería de Manhattan. Pedí las donas por Uber Eats y hace unos días me había llegado un tal chocolate de la abuela o similar. Leí tristemente las instrucciones en español con mi muy mal español ciertamente y esperé a que me avisara que ya estaba lista para pasar por ella.

Era como una niña con juguete nuevo a cada cosa que le daba o le decía. Cuando por fin se decidió a llevar las cosas un poco más lejos, sentía que me desmayaba de placer. Tras muchos años de compartir cama con Glimmer, someterme a sus gustos y a sus exigencias, por primera vez en casi 10 años, estaba haciéndole el amor a alguien tal y como me gustaba, como quería que alguien me tocara. Con pasión, con cariño y con respeto por el simple gusto de tocarnos, besarnos, acariciarnos y provocarnos placer. Ella era una diosa en la cama, una maldita diosa. Temblaba con cada orgasmo, se erizaba con cada beso. Su cuerpo era un monumento a las diosas de la belleza, la inteligencia y el poder. Tenerla encima de mí, cabalgando con la cabeza echada hacia atrás, gimiendo y sudando me daba una vista privilegiada de sus pequeños y firmes pechos moviéndose al compás de sus movimientos sobre mis caderas, dándose placer con una mano y apoyándose sobre mi hombro con la otra. Su toque era una delicia, ella era una delicia completa. Su sabor estaba hecho exactamente para mi lengua, era dulce con un toque ligero salado por el sudor mezclado el de ambas. Sus caderas se movían con maestría y su garganta gemía en tonos angelicales que eran música para mis oídos.

Terminé devastada encima de ella sobre la alfombra. Necesitaba agua y recuperar el aliento así que huí a la cocina con la excusa de llevarle agua y algo de comer. Perdí por completo la noción del tiempo desde el primer beso en la sala, hasta que desfallecimos en el suelo. El mejor sexo de mi vida, le acababa de hacer el amor a alguien que no era mi esposa.

Y ahí estaba yo, debatiéndome por la infidelidad física ligada a la infidelidad de sentimiento y de corazón que había cometido contra Glimmer. La maldita se lo merecía y era hora de que pagara. Caminaba de un lado a otro sin saber que llevarle de comer así que pedí unos bagels, mantequilla, un poco de café y tocino. Con eso era suficiente para cenar y pasar a cosas más interesantes. Tenía que llamarle a Bow.

-Hola, hola –Apareció su sonriente rostro en la pantalla de video llamada. -¿Quién te golpeo?

Parecía algo herida, mi cuello, hombros y pecho tenían marcas verdosas y mis labios estaban hinchados.

-Acabo de hacer algo horriblemente delicioso. No me juzgues y no me culpes. Me acabo de acostar con alguien. Ese alguien no es Glimmer por si te lo preguntabas.

Sugar. Parte IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora