—Este lugar siempre me recordará a ti —dijo Robbers. Habían pasado varios días del incidente, Nicolás había recobrado energías de una forma increíble.
Nicolás estaba preparando la canoa para dar un paseo en el lago. Quería conocer qué había más allá de lo que la vista los imposibilitaba ver, quizás había lugares nuevos que conocer. Las manos hacían maniobras para desamarrar la canoa y cuando estuvieron listos, se lanzaron a las tranquilas aguas del lago. Era un jueves por la tarde. A veces, Nicolás, se detenía y seguía Robbers remando por los dos. A veces con dificultad.
—Hay muchas cosas que me recordaran a ti —corrigió.
—¿Por ejemplo? —Quiso saber Nicolás
—Por ejemplo, este bosque, el lago, la cabaña, este vecindario, la casa de enfrente. Será terrible despertarme un día y pensar que ya no estás dentro de ella, ojalá mi memoria me falle de vez en cuando, que no sea tan cruel conmigo.
—Recordarme te hará florecer. Como este bosque.
Nicolás sonrió.
—O como el jardín de tu mamá —añadió Nicolás.
—Prométeme que te olvidarás de mí, Robb. No quiero ser una carga en tu vida.
—No lo serás.
—Los recuerdos pesan. El pasado pesa. No quiero tener que venir del más allá para convertirme en una pesadilla.
—Eres el sueño que había buscado —le hizo saber Robbers—. Eres tan diferente al resto, pero la vida es muy injusta: ahora que te tengo, también me resultas imposible.
Remaron hasta llegar a ninguna parte, porque ese era el plan: no llegar a ningún lado. Robbers quería hacerlo feliz. Quería que riera tanto que se olvidara de sus ayeres, le resultó inevitable verle al otro lado de la canoa sin pensar que el día de mañana ese lugar estaría vacío.
—Tú, el mío.
De repente, Robbers empezó a tambalear la canoa, haciendo que Nicolás cayera a las cálidas aguas, luego él se tiró también. Hacían el esfuerzo por mantenerse a flote, pero luego se sumergían los dos, tomados de las manos, como si se aferraran el uno con el otro. Tenían juegos bajo el agua, luego salían casi asfixiados a la superficie, se abrazaban y el sol empezó a calentar más. A distancia, la cabaña se miraba como un granito de arena, habían ido demasiado lejos. Aquel lugar era inmenso, bien podían perderse sin regresar a casa. Las horas con Robbers eran especiales, traían consigo lo que a la vida de Nicolás le hacía falta: una chispa de amor. No amor de madre, porque ese lo llenaba a diario Helena, sino un amor de novios. Ese que te hace emocionarte cada mañana para verte al espejo para ver si estás guapo para el chico que te ama. Ese que es el primer pensamiento luego de despertar y el último antes de ir a dormir.
—¿Tienes hambre? —Le preguntó Robbers—. Porque si fuera caníbal te comería en estos momentos.
—Uy, qué fuerte —dijo Nicolás con una sonrisilla.
—Te voy a comer... Grrrrr...
Lo lanzó sobre el suelo de la cabaña y empezó a hacerle cosquillas y a darle besos en el cuello, en la frente, en los párpados, en las orejas.
—¡Rayos, detente! —Suplicó Nicolás.
Nicolás estaba rojo como el rosal que le había regalado.
—¿Qué pasa? —le preguntó un tanto desconcertado Robbers, su cara estaba tan cerca que podía sentir la respiración entrecortada de Nicolás.
—No ves que estás encendiendo cada parte que estás besando, me estás descontrolando, estoy que desprendo electricidad si alguien llega a tocarme, alguien que no seas tú.
Y siguieron jugando con el contacto de las manos. Nicolás también empezó a hacerle cosquillas, una vez que estaba sobre él. Luego empezó a quitarle la camisa, y a besarle el cuello, bajando por los pectorales. En el abdomen, Robbers, tenía muchos circuitos de cosquillas. Una cosa pasó a la otra y terminaron electrocutándose. Ambos cuerpos transmitían electricidad si alguien los tocaba en aquel momento. En el aire podía notarse el deseo de dos que se encuentran tras haber sufrido para llegar a estar juntos. Nada era más perfecto para Nicolás que tener aquella vista tras haber perdido su virginidad con un chico de nobles sentimientos. Era afortunado de tenerlo a su lado por todo lo que conocía del ambiente LGBTI.
—Siempre que venga aquí, encontraré parte de lo que fuimos.
—Es hermoso, ¿no crees?
—¿El qué?
—Haber coincidido en esta vida.
Los brazos de Robbers servían de soporte para la cabeza de Nicolás, pero luego de ello, ambos se voltearon y se vieron, desnudos, expuestos el uno al otro, y Nicolás metió las manos en su cabeza. Parecía que él amaba hacerle eso. Era como también hacerle el amor.
—Ojalá el destino nos depare en la siguiente vida. Si es que existe, de lo contrario, tendremos que regresar siempre a este lugar, ¿me lo prometes? Este será nuestro lugar por si no llega a existir un lugar para nosotros en el más allá.
—¿Crees que haya algo más allá de esta vida? —en la cabeza de Nicolás aleteaba aquella pregunta, una y otra vez. A veces se dormía mirando a través de la ventana, el bosque que estaba detrás de ella. Y creía que el universo era demasiado grande como para existir solamente una vida.
—Debemos creer que sí.
—Para estar juntos.
—Para estar juntos —repitió como una promesa Robbers.
El tiempo pasó entre los dos y la vida, también. Después de unas horas conversando y mirándose a los ojos, se decidieron a levantarse.
—¿Aún tienes hambre? —le preguntó sarcásticamente a Robbers.
—Podría zacearme contigo, toda la vida.
Los dos rieron mientras volvían de nuevo a pedalear. Pedalear. Aquello para ellos representaba el aleteo de una mariposa. Y fueron directo al cielo, a un viaje imposible.
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La mirada del lago
Teen FictionLa mirada del lago es un libro que ayudará a todos aquellos que han intentado ser visibles en una sociedad que en lugar de apreciar los colores, tratan de oscurecerlos con el odio y el rechazo. El siglos anteriores, las personas se escondían en un...