Novena parte

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Nicolás estaba cansado de batallar desde muy temprana edad con una anomalía cardiaca que lo mataría en cualquier momento. Él se preguntaba qué sería de la vida de Helena tras su muerte, se lo replanteaba una y otra vez. A veces podía estar disfrutando la vida como si nunca hubiese llorado, y al siguiente segundo se encontraba bañado en un mar de lágrimas. No le gustaba llorar frente a nadie, se había convertido en una persona fría, pero no sin sentimientos. Una persona fría que llora y siente a escondidas del mundo. Había aprendido que llorar frente a los demás es contagiarles de algún bacilo que contagia inmediatamente y se vuelve una epidemia. Muchas veces Nicolás se encontraba a sí mismo mirando la belleza de su madre que por mucho había luchado por él, y sabía que, si ella pudiese conceder un milagro, inmediatamente pensaría en él.

    —Estoy feliz —tomó a Helena de improvisto. Ella se acercó a él y se sentaron en el sofá, cayendo como dos que aún les pesa algo en el interior.

    —Estoy feliz porque estás aquí —retomó la oración— y también porque he encontrado a alguien diferente.

    —¿Diferente?

Nicolás tenía una relación muy cercana a Helena, no como un adolescente que piensa que todo el mundo lo odia, él, sin embargo, pensaba que ella lo amaba también cuando su padre no lo hizo.

    —Diferente por la forma en la que me mira, no con deseos de lujuria, sino con la intención de hacerme feliz.

    —Eso es el verdadero amor —corrigió Helena. Aún le brillaban los ojos cuando alguien le contaba historias de amor, aunque a ella le tocó que vivir la historia donde el otro se va. Es cierto que todos, de alguna forma, nos terminamos yendo algún día, pero no de la forma en la que lo hizo Abraham. Casos como aquellos se repiten día tras día.

    —Del que tanto he soñado, pero ahora que lo tengo enfrente, tengo miedo a destruirlo, ¿sabes? Es muy raro que cuando encuentras lo que has buscado, huyas.

    Helena acarició el hombro de Nicolás. Este imitó su gesto y se zambulló entre el cabello.

    —Entonces no lo hagas, porque algún día te arrepentirás. He visto cómo los dos se miran, ustedes quizás no se dan cuenta, pero en más de alguna ocasión los he encontrado, y me parecen tan hermosos juntos. Hacen bonita pareja de tortolos —El comentario de Helena hizo sonreír a Nicolás, quien parecía tener los ojos con un brillo peculiar.

    Cuánta maldad han de haber visto aquellos perfectos y torneados ojos de aquel muchacho.

    Cuando Nicolás decía que Robbers era diferente, era porque realmente lo era. Dentro del ambiente LGBTI es difícil encontrar a una persona como aquella, él sabía que sería la primera y la última oportunidad que la vida le estaría cediendo a alguien tan auténtico y real. Quizás él solamente existió por un tiempo en sus sueños, pero ahora podía tocarlo, besarlo y hacerle cosquillas. Y estaba caminando con él alrededor del vecindario. Robbers podría considerarse como el chico homosexual que medio mundo acepta porque viene de una familia bien posicionada y tiene gustos sofisticados: pero en cambio, Nicolás era todo lo contrario. Sus gustos se reducían en los mínimos detalles, se conformaba con poco y agradecía a quien tenía. Así era el mundo: te aceptan de acuerdo a tu posición económica.

    Ahí iban los dos, uno cerca del otro. Ignorando el mundo, olvidándose que aquel mundo trataba a diario por hacer trizas su relación. Nicolás volvió a mirarse las manos (ya había perdido las veces que se las había visto desde entonces), cerró los ojos y se recordó del primer tacto que había tenido con Robbers, fue como si hubiesen hecho el amor, con el simple acto de estrecharse la mano. Donde antes había un muro, ahora había un puente. Donde antes había invierno, ahora había un enorme jardín. Donde antes había un corazón roto, ahora había alguien dispuesto a curarlo.

La mirada del lagoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora