06 | ¿Confías en mí?

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06 | ¿Confías en mí?

Benjamín

Cuando me presenté en el Café Montgomery esa tarde, lo que menos imaginaba era que las cosas iban a terminar de esta manera.

Tan pronto como Vanily se fue de mi apartamento el otro día, sabía que la había cagado de manera monumental, el asunto se me había salido de las manos. Charlie y yo habíamos discutido el día anterior por el mismo tema: su falta de responsabilidad en la escuela.

El estrés que me provocaba la situación me había abrumado, aunado a que me había costado bastante convencer a la directora de su escuela para que le diera otra oportunidad de reponerse en las clases.

Ya no sabía cómo abordar la situación sin meter a mamá en el medio. Porque tan solo le había contado a medias lo que había pasado. Omití la casi expulsión de Charlie y le aseguré que no había nada de qué preocuparse.

Pero ver la decepción en los ojos de Vanily y sus palabras tan duras, sí, supe que me había pasado. Solté las palabras sin pensar —incluso cuando no las creyera en absoluto—, Vanily no tenía la culpa de mis problemas familiares y yo no tenía ningún derecho de desquitarme con ella.

Si había tardado en venir era porque estaba avergonzado y no estaba seguro de si ella querría hablar conmigo o siquiera verme, pero estaba consciente de que tenía que hacerlo.

No quería venir con las manos vacías, por lo que se me había ocurrido hornearle un pequeño zepelín con la ayuda de mi madre. Como no sabía qué le gustaba, improvisé creyendo que era norma general que a todos les gustaran las moras silvestres. Lo que no imaginé fue que estaba envenenándola, no por las moras, sino por la maldita harina de almendras.

Mi madre la había comprado hace un par de semanas porque había leído quien sabe en dónde que era buena para la salud. No me desagradaba su sabor, pero tampoco era mi favorita.

Quise patearme a mí mismo por no pensar en comprar harina normal, no estaría en este aprieto justo ahora.

Vanily no dejaba de toser y rascarse los brazos encima de las manchas rosadas que le habían salido.

Me había quedado pasmado en cuanto me dijo que era alérgica a las almendras, ¿qué se suponía que debía hacer en estos casos?

Tardé menos de un minuto después en reaccionar, tenía que hacer algo.

Piensa, Benjamín, piensa.

—Vanily, mírame. —Me acerqué a ella y sujeté sus hombros buscando que me mirara—. Escúchame, escúchame. —Sus ojos ambarinos conectaron con los míos—. ¿Hay algún botiquín de primeros auxilios aquí?

Ella carraspeó varias veces antes de señalar las puertas que daban a la parte de atrás.

—Por ahí. Busca una caja con una cruz roja.

Me apresuré a ir en su búsqueda y no tardé en encontrarla. Cuando regresé, Vanily estaba sentada y se había recostado contra el mostrador rascándose todo el cuerpo, y continuaba tosiendo. De repente, cuando intentó boquear aire, se le escuchó un pitido que me alarmó.

Rápidamente me arrodillé a su lado.

—¿No debería haber un epipen aquí? —dije con una voz aguda rebuscando con urgencia en la caja—. ¿Por qué no hay nada?

Comenzaba a desesperarme, sentía que cada minuto Vanily se ponía peor.

—¿No llevas tú uno contigo para estas situaciones? —decidí preguntarle después de descartar la caja que no me había servido de nada.

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