KQ| "El mundo me hizo quién soy; todos me odiaban solo por ser hija del Joker, como si yo hubiera decidido de quién ser hija. Así que si te odian sin tener una razón, pues dales una razón para odiarte aún más."
HISTORIA TERMINADA.
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— ¡Maddie! — exclamó la rubia preocupada, acercándose a la adolescente magullada —. ¿Qué te sucedió?
—Una discusión de diferencias — respondió con una pequeña mientras se dejaba arrastrar hacia la enorme cama matrimonial y permitía que Harley revisara su mejilla golpeada que seguramente sanaría en media hora.
Al terminar la pequeña revisión, ambas mujeres se acostaron en la cama mientras Alice acariciaba los mechones rubios y trató de tararear una canción de cuna. Ambas cerraron los ojos, cuando la puerta fue abierta y luego cerrada con delicadeza. Unos minutos después el otro lado de la cama se hundió y el toque frío hizo contacto con su piel y un empalagoso apodo proveniente de la voz de Harley llegó a la distancia y luego una voz masculina.
Harley Quinn amaba a su padre.
Su padre amaba a Harley Quinn.
Su padre amaba a otra persona que no era ella.
Y le disgustaba.
Y odiaba sentirse celosa, porque le recordaba a su madre, y no le gustaba siquiera pensar en su progenitora.
Pero, es que, desde que tenía memoria, siempre habían sido ellos dos, con Frost detrás. Y ahora, debía compartir la atención.
Respiro profundo mientras se acomodaba en el abrazo. Nunca había escuchado el "te amo", pero compartían cama. Almohadas para él y para Harley. Sus iníciales estaban bordadas en toallas que colgaban de la barra. Obtuvieron sus trajes de los mismos sastres y compartieron delineadores cuando uno de ellos se acabó. Decoraron árboles de Navidad, eligieron disfraces de Halloween para parejas, compraron montones de petardos para el 4 de julio y vieron fuegos artificiales con matracas y copas de champán en la mano en Año Nuevo.
La sostenía en su regazo mientras ella lloraba y le limpiaba las lágrimas de las mejillas con los pulgares, las besaba. Y cuando ella estaba herida, él le acariciaba la espalda y el cabello y le sacaba las trenzas, despeinaba esos mechones rubios hasta que ella soltaba una risita y se apoyaba en su mano mientras él aliviaba la rigidez de su cuero cabelludo. Le daba masajes de cuerpo completo, asegurándose de prestar especial atención a los músculos más doloridos y los nudos más apretados para mantenerla en plena forma. Él le daría papeles en sus travesuras, pequeñas cosas específicas que ella saltaba a hacer cuando otros la arruinaban o retrocedían. Él aceptó sus besos
