Capítulo 2.

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Dejó caer el libro en mi regazo y enciendo el móvil. Me dispongo a llamar a mi madre, ya que probablemente mi padre lo tenga apagado.

Empiezo a escuchar los pitidos de la llamada y...Sin respuesta.

¡¿ES QUE LES PASA ALGO?!
Es muy precipitado pensar que han tenido un accidente, o algo de eso, así que vuelvo a llamar y siento un gran alivio al escuchar la voz de mi madre.
- ¿Adán?
- Mamá, ¿donde os habéis metido? Son las nueve de la noche -contesto con brusquedad, sé que esto es lo que me diría ella un domingo por la noche-.
- Ya vamos para allá, es que nos hemos entretenido un poco... Haciendo la compra... -su comportamiento es algo extraño, pero instantaneamente cambia de tema- ¿Has cenado?
- No, os estaba esperando... -la pregunta me ha pillado desprevenido.
- Está bien, en media hora estamos allí -dice ella, y posteriormente cuelga.

Estoy mucho más tranquilo al saber que están bien. Sé que es estúpido preocuparme por estas cosas, pero no puedo evitar reaccionar así.

Dejo el móvil en la mesa de cristal de mi cuarto y vuelvo a sujetar el libro con las manos, pero me he quedado sin ganas de leer más.

Además tengo que prepararlo todo para mañana. Guardo el libro de química y de matemáticas en mi mochila negra de cuero y reviso mi pequeña agenda para asegurarme de que no me queda ninguna tarea por hacer.

Segundo de Bachillerato no está siendo nada fácil y apenas me quedan semanas para acabar el curso. Por lo menos las vacaciones de verano estan a la vuelta de la esquina.

Bajo las escaleras hacia la cocina y me preparo un sandwich de jamón y queso bastante simple. Dudo si tostarlo o no, pero como no tengo mucha hambre, acabo por comérmelo sin tostar.

Al acabar bebo un vaso de agua y limpio las migas de pan de la encimera, y justo cuando voy a poner el plato sucio en el lavavajillas, oigo la puerta principal abrirse:
- ¿Adán? -oigo la voz ronca de mi padre.
- Ya era hora... ¡Soy las diez y media de la noche, y mañana Noah tiene colegio! -le contesto en voz alta, mientras él, mi madre y Noah entran a la cocina.
- ¡No nos digas como tenemos que educar a nuestro hijo! -salta mi madre, enfadada.

No tengo ganas de discutir, así que asiento con el ceño fruncido y subo las escaleras hacia mi habitación.

Suspiro a la vez que me dejo caer sobre el colchón.

Después de unos minutos oigo unos pasos cortos que se dirijen hacia mí y veo a Noah aparecer por la puerta.

Me incorporo sobre la cama y le invito a sentarse a mi lado.
- ¿Estás enfadado con Papá y Mamá? -me pregunta con un hilo de voz y con una expresión triste.
- No, no estoy enfadado con ellos, solo es que no me parece bien que lleguen a estas horas, y sobretodo un domingo... ¡Mañana tienes cole! -exclamo y le dedico la sonrisa más sincera posible. Al ver que sigue serio, le empiezo a hacer cosquillas para que se ría y empieza a soltar carcajadas, que posteriormente me contagia a mí.

Cuando paro, él se levanta de la cama y empieza a inspeccionar el libro que hace una hora estaba leyendo. Acaricia a la mujer de la portada con sus diminutos dedos y observa las palabras que hay en el interior.
- ¿Cuándo piensas aprender a leer? Te podría enseñar yo -le digo-. Ya tienes cinco años y la mayoría de los niños de tu cole ya saben leer.
- Mmm... Ya se leer mi nombre, Adán... ¡Y sé como se escribe! -exclama con ilusión.
- Vale, ¿pero que te parece aprender a leer un libro de los de tu estantería?
- ¿Esos del niño pelirrojo? ¡Es muy feo! -arruga la nariz y sonríe. No entiendo como este niño puede ser tan adorable. Tiene la piel blanca como la nieve, el pelo moreno, peinado con una pequeño flequillo hacia arriba, una pequeña nariz y sus ojos verdes iluminan su mirada infantil. Es muy diferente a mí físicamente, pero en los gestos y expresiones somos muy parecidos.
- Bueno... ¿Y que te parecen esos grandes que tratan de un gato?
- Esos me gustan, ¡son mis favoritos! -alza las manos con un gesto de grandeza.
- ¡Pero si no los has leído! -le contesto riéndome.
- Ya, pero los colores y los dibujos son bonitos.

Bostezo, debería irme a dormir, aunque sea pronto. Noah me imita y no puedo evitar reirme.
- Anda pequeñajo, despidete de Mamá y Papá y vete a dormir -le mando.
- Vale... Buenas noches Adán -dice saliendo por la puerta-.
- Buenas noches Noah.

No tengo ganas ni de ponerme el pijama, ni de lavarme los dientes; me meto directamente en la cama y intento dormir.

Esa noche sueño que viajaba en avión a un lugar llamado Gogotama (a saber donde era) y que conocía a un niño indio igualito a Noah. Él me quería enseñar algo en su casa, y justo cuando llegamos se acaba el sueño.

Es la alarma del despertador perforándome los oídos, diciendome que es lunes, que es mi cumpleaños, y que me tengo que levantar.

Ojala supiera lo que el Noah indio quería decirme...

Huida.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora