Una brisa fresca hacía que los robles moviesen sus ramas más finas.
El parque estaba en silencio, y yo esperando de pie en frente de uno de los árboles más grandes.17:30. Soy puntual, ella no, por lo menos ya sé algo sobre esa chica tan misteriosa.
17:32. Todavía no ha llegado. Estoy replanteándome en volver a mi casa y olvidar esto, pero la curiosidad me mata. ¿Cuántas veces me he perdido oportunidades increibles solo por echarme atrás? Esta vez no.
17:34. Decido sentarme en un banco desgastado a mi derecha y seguir esperando.
17:35. Veo a una chica que se acerca. Al principio me da la impresión de que se parece a ella, pero más tarde me doy cuenta de que no y cruza sin pararse.
17:36. Me rindo, me levanto del banco y salgo del parque.
Que estupidez ha sido por mi parte pensar que alguien vendría. Seguramente es una broma, o algo por el estilo.
Estoy a punto de cruzar un paso de peatones, cuando una mano se apoya sobre mi hombro imprevistamente. Me giro y ahí está ella, con su pelo recogido en una trenza que le cae por el hombro.
Al darse cuenta de lo que acaba de hacer, aparta la mano rápidamente y se sonroja. Nunca la había visto tímida de esa forma, aunque la conozca de hace poco.
- Esto... ¿A dónde ibas? -pregunta con timidez.
- Pensaba que no ibas a venir, que me estabas gastando una broma -la contesto arrugando la nariz.
- ¡Yo nunca haría eso! Sería una broma de mal gusto -responde de mal humor-. Bueno... Ven, te tengo que enseñar algo.Da media vuelta y se dirige hacia una explanada de césped al lado del parque.
Se sienta directamente sobre la hierba y con la mano me indica que me siente a su lado.
-Tengo muchas preguntas que hacerte... -la digo firmemente.
- Lo sé, y siento no habertelo aclarado antes -suspira y prosigue-. Verás, conocí a tu abuelo...
«Era el hombre más amable y aventurero que he conocido jamás.
Estoy de voluntaria en una residencia para la tercera edad, a unas cuantas manzanas de aquí -entonces me doy cuenta que en esa residencia vivió él sus últimos años-.Mi trabajo era llevar un carrito con agua y zumo para los ancianos. ¡Me encantaba ayudarles!
Un día, pasé por la sala de actividades manuales y pintura, y vi a un anciano con un globo terraqueo, pintándolo.
Me acerqué para admirar su trabajo y me dirijió una mirada asesina. Retrocedí y seguí mi camino.
Pero el siguiente día le volví a ver en el mismo lugar, escribiendo los mares y océanos en aquel globo terráqueo hecho con una bola de madera. Esta vez me acerqué más, y antes de que me dirijiera aquella mirada, me quedé quieta, observando su obra.
- Pinta usted muy bien, señor -le felicité dulcemente-.
- No me hables como si tuviese cinco años -me espetó él-. No me he quedado medio tonto como los demás; se leer y escribir sin ninguna falta; todavía recuerdo los lugares que he visitado, y todavía recuerdo a las personas que he conocido. Señorita, tráteme como se debe, por favor.
- Perdone... -me sonrojé, y al ver que no volvía a decir nada salí de la estancia y continué mi camino.
Los siguientes días fueron horribles. No paraba de preguntarme cómo un señor tan independiente podía haber acabado en una residencia así... No paraba de preguntarme a mi misma qué lugares podría haber visitado aquel hombre.
Entonces, un lunes por la tarde entré en la mítica sala donde siempre estaba él y esta se encontraba vacía. Me acerqué al globo terraqueo, y su voz hizo que pegara un respingo. "¡NO LO TOQUES!" me gritó.
Intenté no parecer asustada y me denté en una silla cercana a él.
- ¿Cómo se llama? -le pregunté.
Un largo silencio se apoderó de la habitación.
- Abraham -contestó con una mirada altiva-.
- Señor Abraham, ¿por qué está aquí? Parece lo suficientemente cuerdo como para ser independiente. -le interrogué con la mirada.
-Mis hijos... Querían deshacerse de mí. Siempre quería viajar, y ellos se hacían cargo de esos viajes. Entonces un día se hartaron y me metieron en esta cárcel -me responde con enfado-.- ¿Y sus nietos tampoco preguntan por su abuelo? ¿No quieren visitarle? -de repente esa pregunta hizo que le brillaran los ojos.
-Solo tengo un nieto... Adán, tendrá tu edad, más o menos... En sus ratos libres me llama por teléfono y me manda cartas. Sus padres le tienen prohibido visitarme... -contestó él.
Aquella historia me sobrepasó, y no podía quedarme sin hacer nada, así que al día siguiente, en mi rato libre salí a dar un paseo con tu abuelo. Me contó que llavaba tanto tiempo metido en aquella residencia que ya no se acordaba del color de las flores de la entrada, ni del color de la fachada de la residencia. Aquel día me contó cómo eras, Adán, me contó que en pocos días era tu cumpleaños y que tenía una sorpresa guardada para tí. Y cuando le preguntaba cual era, él cambiaba de tema...
Decidimos que todos los días íbamos a dar un paseo para que me contase sus intrépidas aventuras y para que se relajase.Pero la siguiente semana... Entré en la sala de manualidades y no estaba. La bola de madera estaba sin acabar y cuando giré la mirada... Le ví, tirado en el suelo, pálido y con un pincél con pintura azul en la mano... Fue un trauma Adán...
No salí corriendo, me agaché y le estreché sobre mis brazos. Le di el abrazo que seguramente el nieto al que más quería le habría dado. Lloré sobre su camisa de cuadros.
Cinco minutos, Adán, me dió ese tiempo para despedirme. Después llegó una enfermera y llamó a la funeraria, y a la policía. Me apartó de su cuerpo, ya no volvería a oir sus historias.»
