Capítulo 3.

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Con muy pocas ganas de hacer nada y muchas ganas de dormir, callo el despertador y me levanto.
Gruño al ver la hora que es en mi reloj analógico de la pared, las cuatro y cuarto de la mañana, ¿es una broma?
Suspiro y me vuelvo dormir, deseando volver a soñar.

Me sobresalta el sonido de una persiana levantandose y se me cae el alma a los pies al ver la luz del día. Normalmente a las 7:15 no hace este sol. «Joder».

Salto de la cama y me visto lo más rápido posible, no hay nada mejor que llegar tarde a clase un lunes, el día de tu cumpleaños, soy de lo peor.
Oigo la voz de mi madre cantar la famosa melodía de "Cumpleaños feliz".
«Ahora no, no es el momento» pienso.
Me odio un poco a mí mismo por tener estos pensamientos, es mi madre y la quiero un montón, pero dada la situación...

Miro el reloj de la pared de nuevo y son las once y media pasadas. Me quiero morir.

Escojo unos pantalones negros ceñidos, unas botas oscuras y una camiseta blanca sencilla rápidamente, y estoy vestido para cuando mi madre entra en mi habitación con una maldita tarta en la mano. «¿ESTÁ LOCA?».
- Mamá, llego muy tarde al instituto y tu no me levantas. Además, ¿en vez de despertarme me traes una tarta? -noto que se ha entristecido, así que la abrazo lo más fuerte posible e intento arreglar lo que acabo de decir- Luego nos la comemos todos juntos. A Noah le encantará.

Cojo con rapidez mi chaqueta verde oliva y voy al baño para aclararme la cara, lavarme los dientes y esas cosas. Al salir, mi madre está plantada en la puerta.

-Adán, siento no haberte levantado, parecías un angelito durmiendo tan plácidamente...

- Después hablamos, adiós -la evito, dejándola paralizada, y al recordar que no he desayunado, vuelvo y cojo un gran pedazo de tarta que sostiene mi madre en la mano antes coger mi mochila blanca y azul y salir huyendo-.

Oigo a mi madre gruñir mientras cierro la puerta del apartamento. Ojalá fuese más amable con ella. Siento que es mi culpa, que la mañana ha sido desastrosa y que el día que me espera tampoco será perfecto.

Por el camino a clase planifico mi excusa al profesor de Geografía. Podría decirle que he ido al médico, o que es mi cumpleaños y así me perdonaría. Sería lo más infantil. Además tampoco soy un buen mentiroso.

Al llegar a la destartalada entrada del instituto, me sobresalta el ruidoso timbre que indica el comienzo de la cuarta hora.

Paso la verja y me adentro en el infierno.

«Feliz cumpleaños» me digo a mi mismo.

Huida.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora