APODO III: versículo 5

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     El día de su quinceavo cumpleaños lloró durante toda la noche. De forma que para cuando llegase al domus, no le quedaría tristeza en su cuerpo que ya no hubiese derramado.

Por la mañana recibió otro obsequio. Un peplo de color mostaza ajustado a la cintura por un cordel trenzado y una tiara dorada con forma de laurel. De nuevo, había una nota entre las prendas. Por primera vez podía leerlo por su cuenta.

«Para mi niña mujer, el rubí de la casa. Merecedora del papel de Venus.»

Desideria sintió que se le revolvía el estómago con la mención de la diosa. Le pareció una broma de mal gusto, pero tampoco supo por qué se lo tomó de forma tan personal. En mitad de sus cavilaciones, el maestro apareció por la cocina y la observó de reojo, sirviéndose unos higos en una vasija quebrada. Era peculiar verlo sin la diadema recogiendo sus rizos, empequeñeciendo su rostro por su barba rala y el volumen de pelo.

—Veo que ya no necesitas mi ayuda. —Desideria se sobresaltó con la voz del hombre, rompiendo el frecuente silencio de esa hora. Él echó un vistazo a su alumna, sus manos ocupadas por el mensaje y el suntuoso presente. —Te tiene aprecio. Eres muy afortunada. Lo sabes, ¿verdad?

Ella no podía estar más en desacuerdo. Pero le dio el beneficio de la duda. Después de todo, seguía siendo un desconocido que ofreció su tiempo en enseñarle.

En el crepúsculo recibió la inesperada visita de Saoirse, que llegó vestida con un atuendo de color menta y con los tirabuzones rojizos de su copete bailando por encima de sus cejas. Examinó a Desideria como a un maniquí, evaluando su aspecto. Saoirse se deleitaba con el dato de su afloramiento con el patrón Su joven compañera se había convertido en la muchacha más cercana de su ocupación, y por tanto, en una amiga.

—He pensado que necesitarías un poco de felicidad antes del encuentro. Y bastante ayuda con ese peinado, ¿acaso tienes pies por manos?

Provocó en ella una risa nerviosa y le permitió pasar, conduciéndola hasta su rincón de los aposentos compartidos y dejándose acicalar.

Al salir, Desideria se detuvo frente a la anciana sarracena que reanudaba sus imploraciones al cielo con la comitiva del canto de su tierra. Ella llamó su atención tomándola de la mano y dando cortas palmadas sobre el dorso, cubierto de manchas seniles, para corroborar su apoyo antes de irse.

—Hoy es un gran día, mi niña. —decía la anciana, mirando a través de Desideria. —Observa a tu alrededor con reticencia. Piensa siempre en lo que se le escapa a tus ojos, ya que yo ya no gozo de esa astucia.

Desideria se mantuvo firme, reculando sus palabras y se despidió, marchando con Saoirse que enganchaba su brazo en el de ella. Su amiga tensó los músculos atemorizada por esa entonación, igual a una premonición.

—¿Qué ha querido decir con eso? —dijo la chica, devolviendo la mirada tras sus hombros y observando a la anciana de soslayo.

Desideria gesticuló con ignorancia. Sospechó que lo entendería llegado el momento. A parte del lobo y su intuición, la anciana también le aportaba una seguridad impostada. Como si los de arriba la hubiesen colocado por ella.

Durante la ida, que prometía la defunción de su niñez y todo rastro de incredulidad, Desideria no hizo otra cosa que darle vueltas a las coyunturas que recopilaba desde que empezó a vivir sin una familia. La razón de su existencia, ¿era cierto que nacían personas meramente para sufrir? ¿O todo era variable y estaba capacitada para cambiar los hechos? ¿Estaba en sus manos que el encuentro no sucediera o debería dejarse llevar como hacía desde que tenía uso de razón? Recordaba la cabeza del lobo en la espada de madera. Hasta ahora, todas sus decisiones la habían llevado a una leve mejora en su estatus. Si encontraba aquel animal grabado en objetos y lugares, tal vez era momento de considerarlo una señal de protección. Lo estimó de niña como algo lógico. Pero no en ese instante, cualificada para dudar de todo lo que no participaba en un mundo donde nadie veía al lobo negro. Estaba segura. Segura de que su lugar allí tenía un motivo de base.

LOS APODOS DE LA ARENADonde viven las historias. Descúbrelo ahora