Con el tiempo, aquellos desconocidos y los que les predecían las semanas siguientes, dejaron de serlo con sus nombres y oficios definiéndolos por delante de su aspecto. En su mayor parte eran miembros del Senado con cargos civiles, referentes políticos y comerciantes de gran alcurnia. Desideria desconocía la función de todos esos hombres. Lo que sí sabía era que se trataban de eminencias a juzgar por su forma de hablar y caminar, además de demostrarlo pagando cuantiosas cantidades de dinero por encamarse con esclavos de ambos sexos que el patrón preparaba con anticipación mediante baños perfumados, rasurados y mantos fáciles de despojar.
Trabajó en las fiestas de Lucio, en sus últimos días con catorce años, como acomodadora y ornamento a juego con la casa, ya que sus deberes no eran más que un pretexto para ser expuesta y conocida por los invitados habituales, que esperaban con ansia la edad adecuada de las sirvientas.
Los hombres comían y debatían, le pedían permiso para acariciar sus cabellos y se limpiaban la salsa de avestruz que impregnaba sus labios en estos a modo de paño. Las esposas o mujeres de baja estima pagadas para hacer de acompañantes tomaban a Desideria de las manos con una cercanía que a ella le violentaba, inspeccionándola como si se tratase de la mascota del patrón. Daba igual lo mucho que se frotara la piel en las termas públicas o en el río a altas horas de la noche si le corría prisa. La sensación de los dedos y las bocas sucias de desconocidos, sellándose en su cuerpo al igual que se clasifican a los carneros, no se iría.
Su capacidad para captar el significado de las entradas y los letreros que colgaban de los cuellos de los esclavos a modo de identificación se agilizó desde las clases privadas con el maestro, que insistía en conocer cada vez más sobre las visitas de su pequeña compañera de la insulae en las exóticas fiestas de Gaio Lucio. De esta forma, ella lograba reconocer a Saoirse entre el gentío por la tabla con su nombre, ya que la joven celta era de apariencia cotidiana pero elegida por su deslumbrante carisma, por su forma de ser risueña y halagadora con quien se prestase a seguirla.
Gracias a las coincidencias que las llevaban a encontrarse en la noche y su comprometido trabajo, su relación se volvió más cercana. Un hecho que calmó el corazón roto de Desideria.
Si fuera por ella, preferiría sin dudarlo quedarse con Saoirse, a la vista de todos los invitados en la sala principal que en la cámara de vino y rosas. Allí las imágenes la turbaban en sus sueños. En su mente, ocupaba el lugar de esas muchachas postradas sin preámbulo sobre las esquinas menos cómodas, dominadas por el momento. Los rostros colorados y sudados de placer la miraban con ruego, como si ellos fuesen la figura blanca de Apolo con el templo en miniatura. La joven mantenía la compostura, se tragaba las náuseas y el impulso de salir corriendo. Sabía de sobra que aquel lugar no era para ella ni para quien tuviese un mínimo de decencia por el cuerpo humano, siendo manejado al antojo y caricaturizado con máscaras y plumajes por hombres que se desprendían de todo menos su título.
Saoirse la hizo llamar y se colocó a su lado, donde se sostenía una de las columnas del peristilo. Había empezado a llover, y el agua del estanque abierto al cielo, ahora encapotado, salpicaba las orillas del pasillo que recorría el porche y los pies descalzos de las jóvenes.
—¿Todo bien? —le preguntó con su acento gaélico y con fulgor en sus ojos, los más claros en todo el domus. Desideria asintió sin convicción, evitando contacto visual. —¿Te ha obligado a hacer cosas en la cámara?
Esta vez sí le devolvió la mirada, cuestionándose el porqué tenía una duda tan específica. Saoirse torció la boca, no queriendo ser más explícita.
—Camina delante de mí. —dijo con gravedad. Desideria no entendía que le pidiera algo tan irrelevante. Pero ella era la mayor, sabía hablar como si su madurez ya la llenase de sabiduría. Así que obedeció y comprobó la expresión de la chica a su espalda. Sus facciones se relajaron. — No. No te han hecho nada. ¿Y para qué te quería?
El habitual silencio de Desideria no le aportaba ninguna pista a Saoirse. Pero su semblante sombrío no se igualaba con el de otras chicas que regresaban de la extraña bodega. Y el dolor en su vientre y el temblor de sus piernas no se manifestaban con aquel breve paseo. Imaginó que fue testigo de las orgías de la cámara como una segunda anfitriona. Y eso era una novedad.
—Qué extraño... Las acompañantes solemos atender a los invitados en la antesala. Me pregunto para qué querría un servicio de mesa allí. —musitó Saoirse, haciendo énfasis en el allí. — Hay rumores. ¿Recuerdas a los sobrinos del patrón? —preguntaba susurrando y ojeando por si había un inoportuno que captara algo de la conversación. — Dicen que Elvio vendrá acompañado de los de su promoción, del Ludus de la Retórica. Todo con motivo de su decimoctavo cumpleaños. Es una clara desobediencia hacia el patrón, ya que faltan meses para que alcance la edad. Lo que no sé es cómo le dejarán pasar, puede que tenga la posibilidad si viene acompañado de los licenciados. Pero en el caso de hacerlo; ten cuidado.
A Desideria le flaquearon las piernas, y sus ojos se abrieron con el sobresalto de quien vislumbra un rayo. Algo muy cerca de la realidad, con los primeros truenos de un cielo gris ensordeciendo las palabras de Saoirse como prueba.
—¿Lo has entendido? —Desideria tuvo que sacudir la cabeza, recopilando lo que le había dicho. Los tonos grises del cielo empalidecieron sus rosadas mejillas. —Pase lo que pase, sujétate a las órdenes del patrón. Sólo a las de él, quien te da la impunidad de rechazar. La reputación de ese chico te la puede resumir cualquiera de la casa entre lamentos. Yo me incluyo. —Saoirse le sostuvo las manos, ahora sudorosas a pesar de tener la piel de gallina por el aire impregnado de humedad. Le tiritaban bajo el tacto de la esclava, que permanecía sosegada a pesar de sus palabras. —No necesita del permiso de nadie para conseguir lo que quiere. Tú viste sus escapadas en las comidas. Verás, de Timor puedes fiarte. Actúa siempre con una segunda opinión, pero le puede el coraje con algunas cosas. Elvio no. Tenlo en cuenta desde este momento. Y con tenerlo claro me refiero a que no dudes en usar lo que tengas más cerca. Porque tampoco hay más futuro que este, y menos si te pilla en la cámara. ¿Me entiendes?
Desideria se mantuvo inmóvil. Tranquilizó a Saoirse acariciándole la mano, y agradeció su información tildando con la cabeza. Pero no había nada en esas advertencias que no daba por conocidas.
Su práctica en leer a las personas no sólo le venía de nacimiento como otras de sus virtudes de la sangre. Los malos tiempos la habían instruido. Y si temblaba no era por desconocer lo que estaba por venir. Sino porque, después de las constantes bajadas a la cámara, era consciente de los intereses de su amo. Y que no dudaría en retractarse con la decisión de entregarla al primer pusilánime por mucho que fuese de la familia. De todas formas, la primicia de Saoirse en cuanto a Elvio y su nula necesidad de pedir permiso para acceder a las fiestas de su tío, terminó de espantarla totalmente.
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LOS APODOS DE LA ARENA
Fiksi SejarahLa niña sin infancia. La niña que sueña con las grandezas de un hombre poderoso. La joven que corre para alcanzar una meta incierta y borrosa. La mujer cegada por la ambición y con un tosco temperamento nacido de las circunstancias. Todas son la mis...