CATORCE
Muros que se volvieron polvo, edificaciones enteras que se derrumbaron en grandes y finas dunas. Gritos, muchos gritos. Llanto, tanto llanto. Era lo que quedaba del Barrio de Betel luego de ese extraño acontecimiento. Era una tragedia, algo tan grande como decir que "todo" volvió a la "nada", al absurdo y elemental polvo del que todos venimos.
Caminar entre los restos era hundirse hasta las rodillas, el fino polvo y su predominante gris que se mezclaba aún con el blanco brillante que caía del cielo. La mitad del barrio desapareció y más de la mitad de su gente se fue con él. Pero en el centro del desastre, y luego de recorrer el paisaje durante unos minutos, encontró Ritchmond a la persona que buscaba.
Desangrándose al estallar sus venas y arterias, bocabajo, con el cuerpo medio cubierto por los escombros e inconsciente, apareció Kurt, en el centro de ese cráter de arena. El militar cayó de rodillas al ver a su hermano destrozado de esa manera, gateó hacia él y se abrazó a su cuerpo frío. Las lágrimas cayeron sin que pudiera hacer algo al respecto y aunque los pensamientos fluían con el mismo ritmo, las palabras se ahogaron en el fondo del mar de sentimientos que intentaba contener con todas sus fuerzas.
—En serio... en serio... eres estúpido, Kurt.
QUINCE
Y entonces abrió Kurt los ojos, de golpe y con el aliento faltándole. Las heridas de su cuerpo eran demasiado como para levantarse, sobra decir que sus ojos tampoco eran capaces de percibir claramente las imágenes a su alrededor. Las paredes blancas y la gran ventana, a su izquierda, eran lo único que pudo distinguir usando un poco la imaginación.
El intermitente "bip" al fondo fue lo primero que reconoció en cuanto su audición se recompuso. Afuera se escuchaban murmullos y uno que otro grito ocasional, pero nada suficiente como para inquietarlo. Su cuello, brazos, piernas y hasta partes de su pecho dolían absurdamente. Recostado bocarriba, sobre esa cama un tanto peculiar, notó una ligera calidez sobre su mano derecha.
—Hola, Kurt, ¿estás cómodo?
La cálida ternura en el tono con que fueron pronunciadas esas palabras retumbó en sus oídos y aturdió su cabeza. No podía girarse para verla, la reconoció al escucharla.
—Ja... ¿Ja... neth? —Intentó llamarla, pero sus labios a penas se movieron para dejar salir un susurro ahogado, casi inaudible.
—Tranquilo, descansa. Aquí estoy para acompañarte.
En el interior, esas palabras fueron cosa simple. Todos los sonidos se desvanecieron luego de ellas, lo hicieron también las imágenes. El silencio se impuso, los recuerdos eran difusos, parecían ajenos, lejanos e irreales. Kurt perdió la noción de sí mismo y se quedó dormido.
DIECISEIS
Para cuando dieron las 5 de la tarde, varios helicópteros rondaban sobre el lugar donde unas horas antes se encontraba el Barrio de Betel, ahora hecho polvo literalmente. Las ambulancias y demás vehículos oficiales se abarrotaron en las primeras cuadras del lugar, donde las calles y algunas edificaciones aún prevalecían.
Desde el aire, la mayor parte del barrio, conocido por muchos urbanistas como una "península urbana rodeada de barrancos", había desaparecido para dejar en su lugar un mar de polvo gris. Las calles y avenidas que se extendían desde el sur hacia el norte ya no se podían ver con claridad, pero tampoco había una explicación para una devastación tan peculiar.
Las bombas tradicionales habrían dejado escombros más grandes, nada tan fino. Una bomba más poderosa habría barrido con media ciudad, no un área tan pequeña. "¿Qué sucedió en el Barrio de Betel?", anunciaban todos los noticieros en sus titulares de último momento, mismos que sintonizaba atentamente el General Paul Bellamy.
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El Orgullo de los Traidores, Volumen 2: El Jardín de la Vida
FantasyEra lunes nuevamente, día en que Kurt Kirchoff Astrea iba de visita al hospital a ver a su hermana menor, Aya. Sin embargo, su rutina se vería adornada por un extraño fenómeno en el que cientos de cristales diminutos empezaron a caer del cielo en el...