TRAIDOR

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PARTE 1

ONCE

Con la mirada puesta en la ventana oscurecida, sin prestar atención a los transeúntes que iban y venían al otro lado del vidrio, viajaba Ritchmond en la banca trasera de uno de los vehículos más lujosos. Los finos cueros de la tapicería se sentían cálidos ya, después de todo llevaba un rato sentado en el mismo lugar a causa del embotellamiento que, por lo general, se hacía más pesado cuando daban las cinco de la tarde, pero que ese día parecía haberse adelantado un par de horas.

No era usual para él viajar en un vehículo así, mucho menos con un chofer. Pero si parecía un tanto incómodo, no se debía a los lujos de su transporte, sino a situaciones más personales y complicadas. Puso la mano sobre su muslo, intentando detener el zapateo de su pierna derecha. Hizo una mueca, bajo la cabeza y se frotó los ojos con la otra mano.

—Agh —refunfuñó.

Ritchmond era un hombre cuya personalidad encajaba a la perfección con el estereotipo de cualquier militar de rango medio. Era serio, comprometido y lógico, un hombre imperturbable, muy capaz de cumplir con su trabajo sin dudar un poco.

O al menos esa era la impresión que intentaba dar, el personaje estelar que interpretaba en su trabajo. La realidad ya la tenía bastante clara, esa fachada era la excusa perfecta para no tener que enfrentar la situación de su familia. Sí, Ritchmond sabía que Kurt no estaba tan equivocado, pero tampoco terminaba de darle la razón. Era tan simple como decir que no había una verdad absoluta en su relación, no se entendían y no intentaban acercarse.

El quiebre era absoluto entre Ritchmond y Kurt, pero a juicio del hermano mayor, nunca se llevaron bien realmente. La lógica responsable venía chocando con el idealismo empedernido desde tanto tiempo atrás, que era imposible marcar un punto de inicio.

Sin embargo, eso nunca significó que odiara a su hermano menor. Solo nunca estuvieron de acuerdo. Entre todas esas discusiones, todos esos insultos, todos los golpes y todos los enfados, siempre prevaleció en Ritchmond el deseo de conversar amenamente con Kurt algún día.

Su madre desapareció, la tercera hermana se fue con ella. Su padre murió y la hermana más pequeña llevaba meses sin despertar. Poco a poco, solo quedaron los polos más opuestos, los que apenas podían dirigirse la mirada sin tener que discutir, la eterna lucha entre el que se aisló para vivir la realidad del día a día y quien perdió la noción de su existencia, pero no de sus ideales.

Perder a Kurt sería perder el último vestigio de la familia feliz a la que perteneció alguna vez, sería quedarse completamente solo. El auto se detuvo, quedaban solo un par de cuadras para llegar a casa. Ritchmond agradeció al conductor, le pidió dejarlo ahí y bajó.

El entorno era un tanto diferente a como lo vio en la mañana, cuando fue a visitar a Kurt. Las altas casas de diseño cuestionable y el sucio bulevar, que estaba acostumbrado a ver cada que pasaba por ahí, quedaron reducidas a grises acumulaciones de pequeños escombros y arena. Entre el silencio se notaba el llanto de unos cuantos, las quejas, las súplicas y algunas manchas rojas entre los restos del barrio que vio crecer a los hermanos Kirchoff Astrea.

DOCE

La luz del dorado atardecer llenó cada rincón del barrio ese día. Por lo normal, nadie pensaría en esas calles y avenidas como un lugar bonito, más bien, el Barrio de Betel era conocido como un lugar descuidado, sucio y con arquitectura bastante... cuestionable. Sin embargo, esa tarde brilló y muchos de sus habitantes salieron a las calles para observar la hermosa caída del sol.

Era en esas personas que Betel encontraba su encanto, en esas cálidas y trabajadoras sonrisas que nunca se apagaban, que nunca se rendían y por las cuales era bastante conocido a pesar de su urbanismo desordenado y descuidado.

El Orgullo de los Traidores, Volumen 2: El Jardín de la VidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora