Tauriel

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Le faltaba el aire, sentía la boca seca, llena de tierra, el casco le apretaba la cabeza y se estaba ahogando entre el fango mezclado con sangre negra. Intentaba girarse pero las costillas rotas se lo estaban poniendo difícil.

-Vaya, vaya... ¿Pero qué tenemos aquí? Si todavía estás viva. -un orco deforme y de aspecto pútrido la estaba observando mientras ella intentaba ponerse de pie sin éxito. De un manotazo, apartó el cadáver del orco que Tauriel había matado unos segundos atrás y que había caído sobre ella. -Veo que este no consiguió lo que se proponía je, je, je...

Tauriel tenía un muslo rajado, muy cerca de la ingle

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Tauriel tenía un muslo rajado, muy cerca de la ingle. Miraba a su alrededor, no tenía ningún arma cerca y estaba lejos del fragor de la batalla. Se había dado cuenta de que el que había matado iba a dar instrucciones a los que estaban en la retaguardia y lo siguió para impedirlo. Ahora se planteaba si había sido una buena idea.

-Tranquila, que yo voy a terminar lo que empezó.

-¡No me vas a tocar, bestia inmunda! Antes te-...

El orco le dio tal bofetada que se mareó y sintió sangre en la boca al toser.

-¡Cállate, zorra! Los de tu raza no se merecen nada, pero tú... vas a tener suerte.

Tauriel intentó ponerse de pie inútilmente, el orco la inmovilizó, le quitó el casco y le lamió la cara, como si una lija roída le rascase la mejilla.

-¡No! ¡Suéltame! -forcejeaba, se arqueaba para que no la tocase.

-Aquí no te puede oír nadie, elfita. Ya verás como te gusta je, je, je...

-¡NOOO! ¡NO!

La mano fría y pegajosa arrancó la tela de los pantalones que cubría su cadera, por donde el anterior la había rajado, dejando como única barrera su ropa interior. Tauriel gritaba desesperada, lloraba de impotencia. El orco se relamía los dientes negros.

Esa misma cara fue lo último que vio.

Se despertó con taquicardia y la frente perlada de sudor. Enfocó la vista a su alrededor.
Estaba en su habitación, sola.

Había pasado un año desde que la guerra terminara pero aún tenía pesadillas recurrentes con aquel suceso.
Después de aquello, se había despertado a salvo entre las lonas del campamento montado al sur de Rosgobel, Dol Guldur había caído y la Guerra del Anillo había terminado. Anoriel le contó que se había quedado inconsciente porque al aparecer ella por detrás del orco y cortarle la cabeza, ésta cayó sobre la de Tauriel, según le explicó ella. Agradeció enormemente que hubiera llegado a tiempo y la hubiera sacado de allí, sin embargo, su mente le traicionaba con la imagen asquerosa del orco y la sensación de desamparo con frecuencia, por lo que cada vez dormía menos por miedo a volver a ese momento y a estar cada vez más introvertida.

Tras recuperarse físicamente, ambas regresaron a Rivendel escoltando a los heridos cuando concluyó la batalla. Sólo Anoriel conocía lo que le había pasado. Pese a la situación vivida, poco a poco todo volvía a la normalidad pero a Tauriel le costaba.

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