Idril

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Estaba nerviosa por su hija, ella misma había intentado sin éxito razonar con esa criatura extraña. Apenas entendía sus palabras, mucho menos su comportamiento. La piel cetrina, las múltiples cicatrices y la postura encorvada revelaban desnutrición y torturas prolongadas, hechas a propósito de acuerdo a lo que Gandalf les había explicado. Intentó entablar una conversación con él pero su forma de hablar, algo gangosa, sus desvaríos y palabras sin sentido le hicieron darse por vencida.
Llegó a la conclusión de que el tiempo que estuvo cautivo en Mordor lo volvió loco hasta un nivel inimaginable.

Por otro lado, su hija era algo aprehensiva, no es que hubiera crecido entre algodones pero había nacido en tiempos de paz y no había visto el horror que podían provocar las situaciones desesperadas. Apenas había vislumbrado pinceladas de la miseria producida por la maldad y le preocupaba cómo podía afectar su visita a la celda. Thranduil también estaba preocupado aunque lo disimulaba mejor frente a los demás, en momentos como ese el peso de la corona se le hacía insoportable y sólo quería ser un elfo más que cuidaba a su familia. Sin embargo, su rango no le permitía demostrar demasiados sentimientos. Obviamente, a Idril eso le importaba bien poco. Después de haber estado secuestrada en Gundabad le eran indiferentes las opiniones de los demás, su prioridad era su familia y se podía dar el lujo de mostrar sus sentimientos sin pudor.

Permaneció en el cruce que conducía a los pasillos de los calabozos, esperando a Anoriel. Caminaba inquieta de un lado a otro, casi desgastando la suela de los zapatos por la ansiedad cuando la vio aparecer con la escolta asignada. Se veía con la cara desencajada, con la mirada llena de pena. Fue hacia ella con premura y despachó a los guardias.

–Cuéntame, hija. ¿Cómo estás? –la tomó del brazo y la llevó por una de las galerías que conducían a los jardines exteriores.

–Estoy bien, no podía acercarse a mí. –rodó los ojos como si fuera lo más obvio, desviando la pregunta.

–Ya sé que estás bien, pero no me refería a eso. –se detuvo y acomodó un mechón de cabello de su hija suavemente detrás de su oreja. –Ver a alguien así debe haberte impactado, al menos. –

–Es extraño. –miró a sus pies, e hizo una pausa para inspirar aire. –Pese a la impresión inicial de miedo y asco, me dio mucha lástima. Siente desesperación por el Anillo, casi como una devoción religiosa malsana. –retomaron sus pasos, su tono de voz se volvió sombrío. –No quiero ni imaginar lo que provocaría en las manos equivocadas. –

Idril abrazó a su hija, se sentía tan orgullosa. Su madurez y reacción al enfrentarse a semejante tarea fue la respuesta a que no se había equivocado en su educación. En ese momento supo que estaba preparada para cumplir con sus funciones de estado si fuera preciso.

–¿Te dijo dónde está? –preguntó Idril.

–Sí, lo tiene un hobbit. Bilbo Bolsón dijo que se llama, de la Comarca. –la reina se detuvo en seco, abrió los ojos de par en par y la agarró de los hombros.

–¿Cómo? ¿Que lo tiene Bilbo? –inquirió sin salir de su asombro.

–Sí, ¿le conoces? –quiso saber Anoriel, extrañada por la reacción de su madre.

–No hay tiempo que perder. –la agarró de la muñeca y se la llevó en dirección contraria. Su hija le pidió explicaciones pero Idril no oía, ni siquiera notó que forcejeaba para desprenderse de su agarre.

–¡Madre! ¿Vas a decirme de una vez qué sucede? –espetó Anoriel parando en seco y acomodándose las mangas de su vestido, que habían quedado fruncidas por la carrera.

–Tengo que encontrar a Mithrandir. –aceleró el paso y su hija la siguió. Lo encontró desayunando con Thranduil y Legolas en el cenador de uno de los jardines.

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