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¿Qué puedo yo darle,
pobre como soy?
Si fuera un pastor
le traería un cordero,
si fuera un rey mago
cumpliría con mi parte,
pero lo que puedo darle se lo doy,
le doy mi corazón.

ᴄʜʀɪꜱᴛɪɴᴀ ʀᴏꜱꜱᴇᴛᴛɪ (1872),
<<En el crudo invierno>>

Palabras: 3042
Relato: 1 / 3

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Hubo una vez un hombre, natural de Hawai, al que llamaré Krishna, pues la verdad es que todavía vive y su nombre conviene mantenerlo en secreto. El lugar de su nacimiento estaba no lejos de Honaunau, donde yacen los restos de Krishna el Grande ocultos en una cueva. Era nuestro hombre pobre, valiente y activo; podía leer y escribir como un maestro de escuela; era también un marino de primera calidad, pues había navegado durante algún tiempo en los barcos de vapor de una isla, y timoneaba ahora un ballenero por las costas de Hamahua. Al fin, se le ocurrió a Krishna el ver más mundo y ciudades extranjeras, y se embarcó en un buque que partía para San Francisco.

Esta es una ciudad hermosa, dotada de un bello puerto y habitada por innumerable gente rica. Y, en particular, tiene una colina toda cubierta de palacios. En esta colina se hallaba un día nuestro Krishna dando un paseo, con los bolsillos llenos de dinero, y contemplando las espléndidas y espaciosas casas con placer. "¡Qué hermosas casas hay aquí ─pensaba─, y cuán feliz debe ser la gente que more en ellas, sin preocuparse por el día de mañana!" Esto es lo que pensaba cuando llegó nuestro hombre frente a una casa que era más pequeña que las demás, pero toda hermosa y bien terminada, que parecía un juguete. Las gradas de aquella residencia brillaban como plata, los arriates del jardín florecían como guirnaldas, y las ventanas resplandecían como diamantes. Krishna se detuvo ante esta casa y se maravilló por todo lo que veía. Aunque estaba tan absorto, se percató de que una persona miraba hacia afuera a través de la ventana, y tan claramente se le veía, que Krishna podía contemplarla como se ve un pez en la balsa transparente que forman los arrecifes. La persona de la ventana era un hombre de edad madura, calvo y de barba negra, y en su rostro se advertían las huellas del pesar. En aquel instante suspiraba con honda tristeza. Lo cierto es que así como Krishna miraba al de la ventana, éste contemplaba a Krishna, y cada uno en sus miradas envidiaba la suerte del otro.

De pronto el hombre sonrió, movió la cabeza e hizo señas a Krishna de que se acercase, y fue a reunirse con éste a la puerta de la casa.

─Ésta es mi hermosa casa ─dijole el hombre, al par que suspiraba amargamente─. ¿No tendría usted interés en ver las habitaciones?

Así, pues, enseñó a Krishna desde el sótano hasta la azotea, quedando Krishna atónito de tanta perfección.

─Ciertamente ─respondió Krishna─, es una casa preciosa. Si yo viviese en una semejante, me reiría de todo el mundo. ¿Por qué suspira usted entonces?

─No existe impedimento alguno para que usted posea ─dijole el desconocido─ una casa semejante a ésta, y aún más hermosa, si lo desea. Porque supongo que usted tiene dinero.

─Tengo sólo cincuenta dólares ─replicó Krishna─; pero una casa como ésta cuesta mucho más que cincuenta dólares.

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⏰ Última actualización: 3 days ago ⏰

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