Capítulo 8 - Reflexionando

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Luego de la ligera conmoción con mi padre creyendo de pedofila a mi madre y su confusión, he llevado toalla y ropa interior a la bañera de mi mamá.

Aunque, tuve mucha suerte que llegara al tiempo exacto…

Estando dentro, empiezo a quitarme la ropa poco a poquito, cada vez más lento que un segundo anterior.

Bueno bueno, ¿es comprensible no?

Fuera shorts… fuera playera…

Quedo con el pecho descubierto y en calzones. He estado usando mis calzones normales de mujer pero tuve que seleccionar los más grandes y cómodos para usarlos. Los que usaba a diario eran muy ajustados como para que entre algo más… si es que saben a lo que me refiero…

No considero que la tenga grande… aunque tampoco está chiquita… ¿tamaño normal? Bueno, para empezar no he visto uno en la vida real como para comparar las tallas.

En ese momento recuerdo a Diego en la escuela liberando sus fluídos y me estremezco al recordarlo.

Mierda, sí he visto.

Pues… creo en comparación con la de Diego, no está chiquita… pero él me supera todavía…

Me pregunto si entre hombres hablan de sus tamaños…

Momento, ¿¡qué hago yo pensando en los tamaños de los penes de mis compañeros?! ¿¡Qué tan bajo has caído Caroline?!

¡Sucia pervertida desgraciada!

–¡Sólo es curiosidad! –grito a lo bajo con la seguridad de no llegar a ser audible a 3 metros a la redonda–. Pura curiosidad…

Bueno, basta de charlas mentales y quítate el resto de la ropa.

Solo queda una…

Poso mis dedos a los bordes de mis calzones rozando levemente la piel. Acto seguido, empiezo a bajar lentamente la tela de algodón hasta llegar a un pequeño bulto.

¡Tú puedes Caroline! ¡Pelea!

Y de un tirón, la lencería llega hasta los pies, en el helado azulejo del suelo.

Con el rostro a un lado y los ojos cerrados, tiemblo no sólo de frío, sino de temor y pena también.

Como se supone que debe ser, debería haber caminado directamente a la bañera ya llena de agua y esencia, recostarme en ella a descansar y dejar que el resto haga su trabajo.

Pero no fue así.

Giré el rostro al frente y medio abrí los ojos, hacia abajo.

A cada segundo de mis movimientos, gritaba en mis pensamientos palabras como pervertida, cerda, sucia, cochina, puta, pero la curiosidad era más controladora que mi consciente por lo que no me importó ninguna de esas palabras que de acuerdo a mi actitud, me habrían lastimado mucho más que una fractura.

Mis ojos… pensé, están viendo eso…

Pálida y boquiabierta, sigo mirando con asombro aquel bulto se carne pegado en mi entrepierna. Era muy diferente a los dibujos que hacen sobre los pupitres en las sillas de la escuela.

–Es… esto…

¡Caroline! ¡Vuelve en tí!

Y como si despertara de un trance, parpadeo miles de veces los ojos y camino a la tina de una vez por todas.

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Caroline… eres una pervertida.

¡No lo soy! ¡Solo tenía curiosidad en la anatomía masculina!

¡No soy un chico! Donde viven las historias. Descúbrelo ahora