Acababa de salir el sol aquella mañana de finales de primavera y sus leves rayos entraban por las ventanas del hogar de Pedro y Heidi, quienes ya tenían 36 y 42 años respectivamente. La primera en abrir los ojos fue ella, quien dormía rodeada por los brazos de su esposo. Heidi giró la cabeza y vio que Pedro aún seguía durmiendo tan plácidamente abrazado a ella. Suavemente, Heidi acercó su rostro hacia el de su marido y comenzó a darle pequeños besos en una de sus pecosas mejillas, despertándole en seguida.
-Buenos días, mi amor. Ya es hora de levantarse. -dijo Heidi sonriendo.
-Buenos días, mi vida. -dijo Pedro, el cual empezó a bostezar. -Cáscaras... qué sueño tengo...
-Yo también, anoche nos pasamos un poco... nos acostamos muy tarde...
-Lo sé, pero no me digas que lo de anoche no estuvo increíble. -dijo Pedro rodeándola con los brazos.
-Pues sí, otra increíble noche que solo tú y yo sabemos tener. -dijo Heidi acercando su rostro al de Pedro.
Ambos comenzaron a besarse lentamente, pero después Pedro le añadió intensidad y deseo a ese beso mientras metía la mano por dentro del camisón de Heidi y agarraba uno de sus pechos.
-¡Pedro! -exclamó ella riéndose. -¿Te has despertado con ganas otra vez?
-Mira quién habla, cáscaras, la que anoche casi me mata a mí.
Heidi se rió.
-Reconozco que anoche mi cuerpo pedía desesperadamente del tuyo. Pero no sólo yo, tú también querías. -le dijo ella con una mirada traviesa.
-Porque tú fuiste la que empezaste con esas caricias y esos besos que me vuelven loco. Y claro, yo ya no pude controlarme.
Heidi se rió tiernamente y acercó su rostro al de Pedro para besarle. Después de un buen rato de besos, la joven se levantó de la cama y se vistió.
-Voy a preparar el desayuno, Tobías, Ana y tu madre estarán a punto de despertarse también. -dijo Heidi mientras salía de la habitación.
Pedro asintió y se levantó de la cama para vestirse. Heidi se dirigía hacia la cocina cuando en medio del pasillo se encontró a Trueno.
-¡Buenos días Trueno!
Heidi le acarició y el perro, bastante viejo ya, ladró y lamió una de sus mejillas haciendo que ella se riera. Posteriormente, Heidi entró en la cocina para preparar el desayuno.
Minutos después apareció Pedro, ya con su ropa puesta. Vio a Heidi de espaldas cortando unas cuantas rebanadas de pan y de queso para el desayuno y se acercó a ella para abrazarla por detrás. La besó en la mejilla y Heidi sonrió.
-Cariño, ¿podrías ir a ordeñar a las cabras? -preguntó ella.
-Por supuesto, amor.
Pedro se dirigió hacia el corral para ordeñar a sus cabras. Campanilla, Canela y Traviesa ya no estaban desde hacía un par de años, pero sí las hijas que cada una tuvo respectivamente: Flor, Estrella y Princesa. Estas estaban creciendo y convirtiéndose en tres cabras adultas. Gracias a la hierba olorosa que Tobías recogía en los pastos, las cabras daban leche de buena calidad.
Cuando terminó de ordeñar, Pedro entró en casa con un gran jarro de leche y lo puso en el centro de la mesa para que cada uno se sirviera. Sus hijos ya se habían levantado y estaban poniendo la mesa y sirviendo el desayuno.
Tobías y Ana ya habían dejado de ser aquellos dos niños que correteaban por las montañas junto a las cabras, al igual que hicieron sus padres de pequeños. Ahora, los dos hermanos habían crecido. Tobías se había convertido en un joven muy apuesto y musculoso. Estaba tan alto como Pedro, y seguía siendo tan glotón y tan simpático como siempre. Por su parte, Ana se había convertido en una joven muy hermosa y su cabello castaño iba peinado con dos larguísimas trenzas. Seguía transmitiendo el mismo encanto y dulzura de siempre. Ambos se habían vuelto muy responsables y por fin estaban consiguiendo dedicarse a lo que siempre quisieron. Tobías seguía siendo el cabrero de Dörfli y cuidaba tanto a sus cabras como a las de los aldeanos. Por otro lado, se estaba convirtiendo en un excelente quesero, preparaba los deliciosos quesos que Heidi le enseñó a hacer desde niño y muchos de los aldeanos le habían empezado a comprar el queso a él. Eso le hacía sentir muy orgulloso al muchacho. Y durante el invierno había comenzado a aprender algo de carpintería gracias a Pedro. Ana, por su parte, solía pintar pequeños cuadros que vendía a los aldeanos a cambio de otras cosas como alimentos o telas, ya que muchos no contaban con dinero. La joven se sentía feliz por ello.

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Heidi por siempre (Libro 3)
Fanfiction[ESTA HISTORIA ES LA CONTINUACIÓN DE MIS FANFICS ''HEIDI ESTÁ CRECIENDO'' Y ''HEIDI Y SU FAMILIA''] El tiempo sigue pasando en los Alpes. Heidi es toda una mujer adulta, una dulce esposa y una cariñosa madre que vive feliz cada día de su vida al lad...