15. La vida en los Alpes

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Una bonita mañana, Heidi se dirigió al corral para ordeñar a Flor. Pero de repente, notó algo raro en su cabra y rápidamente avisó a Pedro. Este, que se acababa de levantar de la cama, se vistió apresuradamente y salió hacia el corral para verla.

-Pedro, ¿qué le ocurre a Flor?

-Lo mismo que le ocurrió a Blanquita, a Bonita y al resto de las cabras que hemos tenido. -contestó Pedro sonriendo. -Flor está esperando un cabritillo.

Los ojos de Heidi se abrieron por completo y una gran sonrisa se dibujó en su rostro.

-¡¿De verdad?! ¡Que alegría! -exclamó ella, muy contenta.

Pedro se rió.

-Siempre reaccionas igual cuando viene un cabritillo en camino.

-¿Acaso no es motivo de alegría? A mí me hace muy feliz.

-La verdad es que sí, yo también estoy contento. -dijo Pedro sonriendo. -Tendremos otra cabra, y eso significa que tendremos más leche y así podrás hacer más quesos y tartas.

-Ah claro, y de ese modo podrás comer más, ¿verdad Pedro? -dijo Heidi guiñándole un ojo.

-Bueno... yo... -dijo él con una risa nerviosa.

Heidi soltó una carcajada.

-No te rías, cáscaras, yo no quiero tener cabras solo por la comida... aunque bueno... pensándolo bien... es verdad que ellas nos dan gran parte de nuestro alimento diario...

-¿Ves como sí? Te conozco perfectamente Pedro.

Ambos se empezaron a reír. Eso era verdad, las cabras les servían para darles el alimento que ellos tomaban cada día, leche para beber y para hacer queso. Pero también contaban con unos animales que, junto a su perro, siempre les hacían compañía. Ninguno podría imaginarse su vida sin estar rodeado de sus queridas cabras.

Cada día, Tobías buscaba hierba olorosa para dársela a Flor, así estaría bien nutrida durante sus meses de gestación. Cuando estaba cerca de parir, Pedro dejó que Flor se quedara en casa y no subiera hasta los pastos, ya que esta no solo sería madre de un cabritillo, sino de dos. Heidi la cuidaba con cariño, como siempre hacía.

Hasta que llegó el momento, Flor estaba lista para parir. Pedro fue quien asistió el parto con ayuda de Heidi, al igual que ocurrió cuando Bonita tuvo a sus hijas. Ella acariciaba al animal para que no estuviera nervioso. Pero el nacimiento se estaba retrasando y los minutos iban pasando. Ya era de noche, Pedro veía que Heidi había apoyado la cabeza en la pared y que el cansancio poco a poco se apoderaba de ella.

-Amor, puedo encargarme yo solo. ¿Por qué no mejor te acuestas?

-No te preocupes cariño, estoy bien.

-¿Estás segura?

-Sí, quiero quedarme hasta que nazcan. Quiero ayudarte, como cuando nacieron Campanilla y Canela. ¿Lo recuerdas? El abuelito fue hasta Maienfeld a comprar herramientas nuevas y yo estaba tan sola en la cabaña que no sabía qué hacer cuando Bonita se puso de parto. Menos mal que él te avisó por la mañana y que Niebla bajó a buscarte a tu casa. Que suerte que pudiste llegar a tiempo.

-Es verdad. -dijo Pedro sonriendo mientras recordaba aquel momento. -Pero aunque tu abuelo no me lo hubiera dicho, yo habría subido igualmente por si necesitabas algo, y más sabiendo que ibas a estar sola casi todo el día.

-Lo sé mi amor, desde siempre te has preocupado por mí y me has cuidado.

-Y lo seguiré haciendo siempre, mi vida. -dijo Pedro sonriendo. -¿Sabes algo? En ese entonces, yo ya estaba muy enamorado de ti, Heidi. Mi prioridad eras tú, sólo tú. Siempre lo fuiste.

Heidi por siempre (Libro 3)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora