17. Los años transcurren

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Pedro y Heidi se sentían felices viviendo junto a Hans y Clara, y aunque estos ya conocían gran parte de cómo era la vida en las montañas, aún les costaba acostumbrarse al resto. En especial durante los fríos meses de invierno, los cuales no eran como los de la ciudad, ya que en Frankfurt no hacía tanto frío, y eso Hans y Clara lo pudieron comprobar perfectamente. Constantemente, Pedro cortaba gran cantidad de leña con su hacha y así tenían bastante para alimentar a la chimenea de la casa y que esta se mantuviera caliente durante todo el día.

En cuanto al trabajo, Hans intentó aprender algo de carpintería con ayuda de Pedro, pero veía que aquello no se le daba tan bien como pensaba. Sin embargo, se le ocurrió una gran idea con la cual podrían salir beneficiados tanto Pedro como él. Gracias a todas las personas que Hans conocía en Frankfurt, pudo ayudar a Pedro a ser conocido por sus trabajos hasta en la ciudad. Hans conseguía que algunos de los trabajos de su consuegro marcharan hacia allá, lo cual le hacía ganar dinero extra a Pedro. Hans se encargaba de todas las gestiones y alguna vez hacía algún viaje hasta Frankfurt para hacerlas. Por ese gran esfuerzo, Pedro siempre le pagaba, haciendo que de esa manera Hans pudiera llevar el sustento a casa. Aunque en el fondo, Hans lo hacía más por su amigo y consuegro que por el dinero.

Clara disfrutaba de una vida mucho más tranquila en compañía de su hija, de sus nietos y de su mejor amiga y consuegra. Durante el invierno, y aconsejado por Heidi, el señor maestro contrató a Clara para que ella también trabajara en la escuela del pueblo. Al ser una mujer muy culta y haber estudiado en buenas escuelas de la ciudad, Clara podía enseñarles a los niños algo más que solo leer y escribir. Incluso a veces les daba clases particulares a los pequeños que les costaba más aprender. Clara nunca antes había hecho eso y ahora que lo estaba haciendo se sentía muy feliz de poder ayudar a los niños. Ahora entendía por qué a Heidi le entusiasmaba tanto ser maestra. No había nada más bonito que ayudar a un niño y después ver la felicidad en su rostro al ver que conseguía buenas calificaciones gracias a esa ayuda. Y junto a Heidi, a veces organizaba pequeñas obras de teatro en las que los niños interpretaban a algún personaje o recitaban poemas. Todos disfrutaban mucho de las ideas de Heidi y Clara, y los padres de los niños estaban encantados, ya que veían que sus hijos tenían muchas más ganas de asistir a la escuela cada día.

Ese primer invierno de Hans y Clara en los Alpes pasó muy rápido, ya que con tantas cosas nuevas que habían estado haciendo casi perdieron la noción del tiempo. Parecía que al fin ambos conseguían adaptarse muy bien a la vida de las montañas, la adaptación que Heidi jamás logró conseguir en la ciudad.

Heidi y Clara disfrutaban mucho cuando estaban juntas e intentaban recuperar todo lo que no habían podido hacer durante todo el tiempo en el que la distancia las había mantenido separadas. Cuando llegó el buen tiempo, ambas revivieron aventuras de cuando eran jóvenes y disfrutaron de picnics en donde hablaban sobre miles de cosas diferentes de una forma más privada y de mujer a mujer.

Un día, Heidi vio que Clara se había traído de Frankfurt todas las cartas que le había escrito durante todos los años que se conocían.

-¿Has traído todas? -preguntó Heidi, quedándose boquiabierta al ver la gran cantidad de cartas que Clara tenía guardadas en cajones.

-Sí, y no solo estan las tuyas, sino también las de Greta.

-Con razón tienes más que yo. Por cierto, yo también conservo todas las tuyas. Ven y te las enseño.

Clara siguió a Heidi hasta la habitación de esta y vio el gran cajón de cartas que tenía en su armario.

-Esto está hasta arriba de cartas. -dijo Heidi riéndose. -Pero no son tantas como las tuyas.

-Sí, es cierto. Pero aun así son bonitos recuerdos. ¿Sabes lo que yo hacía muchas veces? Me ponía a releer algunas, en especial las más antiguas.

Heidi por siempre (Libro 3)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora