VII.

63 10 1
                                    

"No confíes ni en tu sombra porque en la oscuridad te abandona."
                  
                                 —Anónimo.

ECCLESIA.

—¡Quítate de encima! —exigí proporcionándole un ligero golpe en el pecho.

Okay, para empezar, sabía muy bien que mi actitud no estaba siendo la más agradable y correcta. Debía agradecerle por haberme salvado la vida, <<literalmente lo hizo>> pero siendo honesta, no me detuve a pensar o gesticular un gesto de agradecimiento. Solo actué bajo impulso.

—Te salvé y ¿así me pagas? —cuestionó incrédulo. Y al notar que no tenía intenciones de agregar nada, negó y opinó—: Un simple gracias no es difícil de expresar May.

Y con eso, se apartó de mí, mientras que yo me incorporaba en mi lugar, quedando ahora sentada, con una mano apoyada en el pasto y la otra sobando la parte posterior de mi cabeza.

Rodé los ojos al recordar que esa salvación llegó con extras incluídos, tal y como lo fue: esa golpiza minúscula pero muy insoportable.

—Me golpeé por tu culpa —reproché—, no esperes un gracias después de eso.

Él me miró durante unos segundos, examinando cada milímetro de mi rostro y una vez terminado su análisis, dijo:

—Es verdad esa frase que muchos dicen —dijo metiendo ambas manos en los bolsillos de su abrigo y yo fruncí el ceño sin entender a que se refería—. La naturaleza del ser humano es ser un mal agradecido —finalizó lacónico.

¿Acaso me estaba tildando de mal agradecida? bueno, tal vez sí lo estaba siendo. Sin embargo, mi orgullo jamás me dejaría reconocerlo y mucho menos admitirlo. Aún así, eso había sido muy ofensivo de su parte.

Alcé mi vista y le dediqué una mirada cargada de enojo.

—Al decir eso, te estás incluyendo idiota —contraaqué.

Ladeó la cabeza a la vez que en su boca se formó una sonrisa torcida, muy descarada. Él, disfrutaba de esto.

—Pues, si al caso vamos, yo no soy completamente humano May. Así que no, no lo estoy haciendo, por lo tanto la idiota aquí eres tú —alzó el mentón dándome una clara impresión de seguridad y satisfacción.

Me dejó sin palabras y él lo sabía. Mi silencio fue suficiente para darle entender tal cosa y de esa manera solo conseguí alimentar más su ego y hombría, estupendo. Por otro lado, deseé en demasía borrarle esa estúpida sonrisa satisfactoria que tenía plasmada en su estúpida cara.

—Cierto, es que aparte de ello, también eres un grandísimo imbécil —espeté levantándome de mi lugar, dando por terminada la conversación. No obstante, como si la vida, los astros y las señales cósmicas me odiaran, un desagradable mareo llegó a mí logrando que perdiera la noción del tiempo, por lo que no tuve otra opción que aferrarme a su brazo para así no caer y estabilizarme.

—¿Estás bien? —preguntó con un ápice de preocupación. La verdad no entendía porqué se preocupaba tanto por mi salud, si no cumplíamos con nada que nos relacionara, si quiera un vínculo teníamos.

—Lo estoy —dije luego de unos segundos, colocando distancia entre los dos.

—Bien —dió una exhalación y después prosiguió—: retomando el tema, si con imbécil te refieres a evitar que te arrollara un auto, entonces sí, soy muy imbécil —concluyó sereno.

Su respuesta hizo que de mí saliera una no muy exagerada y pequeña risa. Causar aquella reacción en mí pareció gustarle debido a que en sus ojos se atisbó un brillo no tan intenso pero si fue lo suficiente claro para notarlo.

Arrodíllate ante míDonde viven las historias. Descúbrelo ahora