IV.

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“Haciéndote daño, demuestro lo mucho que me importas”

                                        —D.

FOEDERIS.

Cerré mis ojos con fuerza mientras me reprendía mentalmente por haber venido aquí, por haberlo seguido y por haber tropezado con la estúpida raíz.

Sin darle más vuelta al asunto me levanté, evitando todo tipo de contacto visual con él, no fui capaz de enfrentarlo y en un absurdo intento de llevarle la contraria respondí:

—No te estaba siguiendo —tras soltar esas palabras cambió de posición y se plantó delante de mí mirándome con dureza. El miedo pronto se hizo presente.

—Estás mintiendo —afirmó con voz ronca dando un paso al frente cerrando la distancia que había entre nosostros, por instinto retrocedí hasta chocar con el duro tronco del árbol.

A mi mente llegó lo sucedido en el cafetín, lo débil que salió aquella mujer luego de hablarle a este hombre, las palabras de mi madre... Los nervios comenzaron a atacarme de forma abrupta. Todo por mi idiotez e intriga, May ahora sabes que significa ese refrán de: la curiosidad mató al gato. Estaba en medio de un cementerio a las 12 de la noche, con un desconocido que parecía ser todo menos buena persona, sin duda este era el momento ideal para cometer el homicidio y de una buena vez enterrarme.

No sé de dónde saqué valor para enfrentarlo y mirarlo de la misma forma en que él lo hacía, pero el punto es que lo hice. A pesar de la oscuridad que nos acompañaba tuve una clara imagen de su rostro gracias a la luz de la luna que iluminaba muy bien su cara, a decir verdad lo que más sobresalió de él fue la palidez de su piel, ¿Como podía existir alguien tan blanco?

Su mirada era indescifrable, aunque sus ojos resaltaran el rojo carmesí que conservaba, no se denotaba otra cosa que solo oscuridad. Su color de ojos era muy extraño pero al mismo tiempo interesante.

Por otro lado, quería irme y desaparecer de su vista, la verdad es que no quería seguir ni un segundo más junto a él. Tuve la oportunidad de correr sin mirar atrás, pero como si de una fuerza invisible se tratara, impidió que lo hiciera ya que no logré mover ninguna extremidad.

Debatiendo internamente en que o no hacer, finalmente opté por excusarme.

—Yo no miento —traté de sonar segura—, la verdad... Vine a conocer el cementerio.

¿Que dijiste May? Dios, tantas excusas y yo vine a tomar la más ridícula. Merezco una bofetada por la estupidez que acabo de soltar y yo que criticaba mucho a Easy por eso.

—Nadie viene a conocer el cementerio a media noche —me estremecí ante el tono que empleó—. Sé honesta, detesto a las personas que mienten solo por proteger su orgullo y salvar su dignidad, May.

Me alarmé.

Sabía mi nombre. Él sabía mi nombre.

—¿Cómo sabes mi nombre? —cuestioné ya asustada con un nudo en mi garganta.

Tardó unos segundos en responder.

—Es que acaso no te has fijado del dije que llevas colgado en el cuello —rapidamente divisé el collar, tomé el dije en forma de cruz, el cual mantenía mi nombre grabado en letras cursivas y cuyos nervios hicieron que olvidara—. Reiteraré mi pregunta una vez más, ¿Que hacías siguiéndome?

Si algo me enfadó en demasía fue la manera tan autoritaria en la que se expresó. Pero, estaba muy equivocado si creía que respondería a lo que sus oídos deseaban escuchar.

Arrodíllate ante míDonde viven las historias. Descúbrelo ahora