Capítulo 1

940 109 8
                                    

—Nunca pensé que terminaría siendo elegido para esto. —admitió Kamado mientras subía por la colina.
—Yo sí. —admitió Tomioka—. Tengo entendido que tu padre participó de este rito, pero en plena misión falleció. 

Tanjiro bajó su vista al recordar el día en que llegó la noticia de la muerte de su padre. Aún era fresco el recuerdo de cuando le entregaron la carta donde su padre rogó que abandonara el templo de Urokodaki para no tener que ejercer algún día esa misión, pero hoy estaba partiendo a la misma para descubrir que le pasó. 

—¿No tienes miedo, Tomioka-san? —preguntó el menor.
—No. —dijo Tomioka con frialdad.

 Años atrás su mejor amigo también partió a la misión, pero jamás volvió. A diferencia del padre de Kamado, él nunca recibió una carta o algo que indicara cuál fue el final de su amigo Sabito. Desde ese día todos mencionan que el joven murió en esa misión. 

—Aún no comprendo por qué vamos nosotros dos, ¿no tenían que ser tres para la misión? —dijo Tanjiro.
—Somos tres, sin embargo el tercero no es de la misma sede que nosotros. 
—Espero que se adapte a nosotros, ¡sería incómodo si no lo integramos, así que haré lo posible para que se siente bien con nuestras presencias!
—Nuestro principal objetivo es cumplir con las series de misiones que nos vayan a otorgar. 

Luego de esas palabras ambos jóvenes se mantuvieron en silencio mientras siguieron su camino hacia el pueblo más cercano. Una vez que ingresaron en el mismo, notaron que los residentes del mismo no parecían personas calmadas o felices. 

—Huelo miedo en cada uno de ellos... —susurró Tanjiro con un semblante triste. 
—No creo que sea por mala cosecha. Antes de subir la colina noté que había buena siembra. 
—Disculpa —llamó una femenina voz de edad avanzada. 

Los miembros de la sede de Urokodaki se giraron para notar que una anciana los estaba llamando. 

—¿Son los jóvenes que vienen para cumplir con la misión de la maldición del Purgatorio? —interrogó la anciana.
—¡Sí, somos esos mismos! ¡Mi nombre es Kamado Tanjiro y vengo junto a mi maestro Tomioka Giyuu!
—Necesito que me acompañen, el tercer miembro ha llegado temprano, pero no podemos dejarlo partir solo. No queremos enterrarlo solo. —dijo la mujer mientras se giraba y caminaba por la calle—. Por aquí, jóvenes.

Tanjiro y Tomioka se quedaron mirando entre ellos al escuchar las palabras de la anciana. Era como si esa no tuviera esperanza alguna en ello. 
Decidieron seguirla en completo silencio mientras que cada uno trataba de encontrar respuesta en la frase «No queremos enterrarlo solo». 

«¿Acaso piensa que nosotros moriremos?». Pensó Tanjiro. 

Olió nuevamente el aroma, notando que la mayor desprendía dolor, tristeza y desesperanza. 

—Hemos llegado. —informó la fémina de avanzada edad una vez que quedaron en la entrada de una gran casona—. Pasen sin miedo alguno. 

Ambos jóvenes ingresaron a la morada, notando que el interior tenía una apariencia acogedora y tradicional. Las paredes eran completamente de papel shoji y las puertas hechas del mismo aunque eran corredizas a diferencia de la puerta exterior. 

—Síganme por aquí. —La anciana se adelantó para seguir por el pasillo hasta que ingresó a la primera puerta a la derecha, mostrando la gran sala que solo portaba cuatro cojines: tres en línea y uno frente a esos.

Sentado en uno de esos se encontraba la tercera persona: un hombre muy alto, corpulento, de constitución voluminosa y musculosa con piel ligeramente bronceada. Portador de un ojo muy delgado, de color granate que parece inclinado hacia adentro con una larga pestaña que fluye hacia el otro lado de la cara. El sujeto vestía una yukata larga y estampada y un haori negro, haciendo juego con un parche oscuro adornado con lo que parecen ser piedras preciosas, dejando que su cabello caiga suelto sobre sus hombros.

—¡Ya me estaba muriendo de aburrimiento en esperarlos! —exclamó el tercer miembro para la misión—. ¿¡Eh!? ¡Nunca me dijeron que trabajaría junto a un niño!
—Debe ser muy experimentado para estar aquí, ¿no es así, jovencito? —dijo la anciana para Tanjiro.
—¡Así es! ¡Y vengo en honor para honrar a mi padre quien también participó en esta misión!
—Oh, eso es bastante llamativo. —comentó el sujeto mientras llevaba su mano hacia su propia barbilla. 

La anciana caminó con parsimonia hacia el cojín que estaba frente al de los tres jóvenes mientras esos se acomodaban para escuchar con claridad. 

—Desde la antigüedad, se conoce que las almas salvadas, pero cuya purificación no está completa, experimentan una purificación que no tiene lugar ni en el cielo ni tampoco en la morada de los muertos. En el «estado de purgación» las almas podrán ser purificadas (limpiadas) de la pena temporal de ciertos pecados, ya perdonados en cuanto a la culpa; ese otro mundo no puede ser el Infierno, pues en él ya se está condenado; tampoco el pues nada que tenga mancha entrará ahí, por lo que este lugar debe ser un estado temporal. Lo que hay que purificar en el Purgatorio es la pena temporal del pecado, que ha quedado aun después de la confesión. —comenzó a contar la anciana.
—No entiendo nada de lo que dice. —susurró Uzui a Kamado. 
—Estaré vieja, pero puedo escucharte, jovencito. —musitó la anciana un poco molesta por las palabras del peliblanco.
—Disculpe, señora, ¿pero exactamente para qué venimos aquí? —interrogó Tanjiro.
—Hace años atrás, varias generaciones pasadas, una familia sufrió una maldición en la que se dice que los miembros de la misma eran capaces de matarte con solo verte, enviando directamente tu alma al purgatorio o a un limbo eterno. 
—¿Eso es posible? —interrogó Giyuu sin poder creer las palabras de la mayor.
—Puedes deducirlo por ti mismo. —dijo la mujer y añadió—: Después de todo, varias personas dispuestas a acabar de una vez por toda con la maldición no volvieron a sus hogares.

Los tres se quedaron en silencio al escuchar esas palabras. 

—Mi hermano jamás volvió. —dijo Uzui, provocando que Tanjiro quedara completamente perplejo ante esa declaración. 
—Mi padre tampoco volvió... —susurró Tanjiro.
—Mi mejor amigo se fue hace unos años a esa misión y jamás volvió. —añadió Giyuu.
—Ahí tienen prueba. —La anciana lentamente se levantó—. Muchos años atrás, una rara joven se acercó a la mansión, muchos la veían entrar y salir, incluso la vieron a lo lejos portando una gran barriga. Se dice que ella pereció y que por su culpa la maldición creció al no ser solo un portador, sino tres. —caminó con calma hacia una estantería de la cual tomó una caja. 
—¿Han visto a todos? —interrogó Giyuu.
—Solo se ven sus reflejos por las ventanas de la lúgubre casa. La finca no se veía de esa manera hace unos 13 años atrás. La maldición seguía, pero no era tan apagado como esto. —mientras hablaba, la señora abrió la caja y mostró una serie de tres dagas de plata.
—Esas cosas se utilizaban para matar demonios. —dijo Giyuu al reconocerlas inmediatamente. 
—Hace años que no se ven esas criaturas, así que todos en el pueblo optaron en otorgarlas a los nuevos jóvenes que vendrían a ver esa finca y a los habitantes de la misma. 
—Espere, vieja, ¿está diciendo que nosotros...? —Uzui no pudo terminar la oración.
—Afirmativo, ustedes acabarán con la vida de cada uno. Cada daga representa a cada familiar de allí. Solo creamos para los que vislumbramos, pero creemos que no hay más. 
—T-Tenemos... ¿Qué acabar con la vida de otros? —Tanjiro se interrogó a sí mismo, viendo con pavor las dagas.
—Háganlo sin que ellos sepan. La gran mayoría que va al lugar no va como cazadores que van a matar a la familia. Todos saben a la perfección que el lugar busca acompañantes, así que podrían fingir que van por ese puesto de trabajo para poder infiltrarse y acabarlos sin que sospechen en ningún momento. —informó la anciana.
—¿Al menos sabe el apellido de esa familia? Para recordar a quienes mataré. —dijo Giyuu sin mucho interés.
—Tal como el mismo purgatorio: Rengoku

Dulces MentirasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora