Distintos libros, el mismo lápiz. Maravilloso artefacto que le permitía, antes de dormir, describir lo que quería soñar. Y se cumplía. Así supo que era mágico y que, cada vez que escribía una situación, la vivía en su sueño por la noche. Lo extraño y asombroso de todo esto era que siempre describía y soñaba el mismo sueño. Una y otra vez. Pronto, así como las anteriores noches, cerró los ojos y se durmió. Otra vez el mismo sueño. Su querida hija, otra vez a su lado, como cuando estaba viva, antes de que la dejara salir aquella fatídica noche.