Día 1: Conexión

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2005.

Taiora de 17 años.

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Mi padre siempre me llamaba cariño. No hija, no Sora. Siempre era cariño.

Yo me llenaba de felicidad cada que lo escuchaba nombrarme así, a excepción de cuando lo hacía en las despedidas. Odiaba tener que decirle adiós.

Mi padre no vivía con mi madre y conmigo, puesto que su trabajo lo obligaba a residir lejos de nosotras. Solía pasar unos cuantos días al mes en casa, pero siempre tenía que volver.

Hacía menos de tres horas que él se había marchado de nuevo, y como siempre, un pequeño vacío se instaló en mi pecho, venía cargado de tristeza, nostalgia e incluso un poco de enojo.

Decidí salir a caminar un poco, eso siempre solía ayudar a relajarme, me daba la oportunidad de pensar y de distraerme.

No me gustaba sentirme así de vulnerable. La sensación de verme expuesta de esta manera ante el mundo me era angustiante, pues se suponía que yo era una chica fuerte, decidida y valiente. No débil.

Una repentina ráfaga de viento llegó a mí, fue entonces que recordé que todavía llevaba puesto el uniforme del instituto. Hacía frío y yo no llevaba abrigo.

No planeaba pasar tanto tiempo fuera de casa, pero las horas se me habían pasado sin que lo notara.

Decidí levantarme de la banca sobre la que había estado sentada, luego revisé la hora en mi reloj de pulsera. Faltaban poco para las diez de la noche. Mi madre seguro que se encontraba preocupada.

El parque en el que me encontraba se encontraba ya solo por completo. Los niños hacía horas que habían regresado a casa con sus padres. Únicamente veía pasando a una que otra persona que seguramente regresaba de su trabajo.

El único ruido que lograba escucharse era el de los automóviles pasar por la calle a mi lado, y la luz provenía de las lámparas que se habían encendido al caer la noche.

La noche se sentía muy fresca ya, pero a pesar de todo, me ofrecía una bonita vista con todos los arbustos y árboles que bordeaban el césped.

—Sora.

Sorpresa y emoción, eso fue justo lo que sentí luego de escuchar su voz. Como si una cálida y dulce corriente me atravesara todo el cuerpo.

Volteé y lo vi. De inmediato una sonrisa se formó en mis labios, y una cálida sensación se instaló en mi pecho.

—Taichi. —Pude notar el alivio que se reflejó en mi voz.

—¿Estás bien? —Sus hermosos ojos cafés me observaban con atención, como si estuviera evaluándome.

Asentí. De inmediato fui consiente de todo lo que me causaba el tenerlo allí conmigo. Era como un torrente de diversas sensaciones. Seguridad, calidez, anhelo.

Sabía que era extraño encontrarme tan tarde por ese lugar.

—Solo quería caminar un rato.

Sentí un poco de calor acumularse en mis mejillas, y casi supliqué por no sonrojarme. Pero ya era tarde.

Gracias a la luz que proporcionaba la lámpara que se encontraba a lado de nosotros, Taichi notó mi sonrojo. Lo supe cuando las comisuras de sus labios se elevaron ligeramente, dándome una de las sonrisas que más amaba en el mundo.

—Entiendo —dijo.

Sí, Taichi entendió inmediatamente la razón de que yo hubiera decidido salir. Él sabía que mi padre se había marchado el día de hoy.

Taiora Digimon: Entre Nosotros DosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora