26. Música

67 9 0
                                    

"No hay nada más bonito y aterrador que la inocencia"

Después de casi cinco mil años esperando para actuar, Bakura recordaba muy pocas cosas de su vida además de su meta y los planes que había diseñado para conseguirla.

Por supuesto, había estado 'durmiendo' durante siglos a intervalos, a lo largo de todo ese tiempo... que pudieron haber sido más largos si algunos idiotas prepotentes no hubieran tratado de usar su sortija como si fueran dignos de ella.
Al fragmento del demonio que coexistía con su alma podría haberle gustado cuando sucedía, atormentar a esos idiotas hasta finalmente robar su energía vital. A Bakura no podía importarle menos, todos esos idiotas hacían que su existencia en la sortija se sintiera tan fría y desagradable.

No eran dignos.

No eran como Ryou.

Había sido casi lo mismo cuando el padre de su hikari había tratado de obtener la sortija. Se sentía frío e incorrecto. Solo que, en ese momento, podía sentir una fuente de calidez, luz y energía incomparables con nada más que haya visto o sentido en todos sus milenios.
Era una sensación seductora, casi parecía llamarlo como el canto de una sirena, como la llama que atrae a las polillas.
Bakura simplemente tenía que ir con esa magnífica criatura, lo estaba llamando, le estaba rogando que se unieran. Bakura necesitaba que esa hermosa y perfecta criatura usara la sortija.

Y así fue.

Su pequeño hikari era perfecto.

Cálido, cómodo, una luz brillante que nunca se apagaba y que lo llenaba de energía con una facilidad que ni él ni el demonio habían experimentado nunca.

Puede que Bakura nunca supiera cómo se sentía que su alma pasara a los campos de Aaru, pero para él, que Ryou llevara la sortija, debía ser incluso mejor.

Estando con Ryou, incluso la influencia del demonio retrocedía, permitiéndole ser él mismo y tener sus propios pensamientos y deseos, aparte de esa abismal oscuridad del ser siniestro.

-

Una cosa que Bakura recordaba bien, era como la música solo se escuchaba en los templos, en aquella época (a excepción de la coronación del tonto faraoncete). Era algo casi exclusivo para dirigirse a los dioses.

Ahora, aparentemente, la música era algo del común. Del día a día.

Y Ryou era un artista.

Aunque no en la música, al menos, no se dedicaba a ello. Algo parecido a la escultura. Bakura no estaba seguro de cómo nombrar su arte, después de todo, no interactuaba mucho con su yadonushi.

De cualquier modo, Ryou era un artista. Y apreciaba el arte.

En casa, había artefactos que emitían música. Ryou solía activarlos cuando hacía las tareas de la casa o cuando se dedicaba a crear sus figurillas.

A Bakura, sin embargo, le gustaba más escucharlo del propio niño.

Cuando Ryou se distraía, tarareaba. A veces, cantaba en su mente.

Había algo satisfactorio y posesivo en Bakura al saber que era la única audiencia de esos momentos.

Ryou tenía una voz magnífica. No solía proyectarla mucho, pero como casi todo en él, era suave y delicada, precisa y encantadora

-

Por mucho tiempo, Bakura pensó que llevaba las riendas, y tenía el control en su accidentada y extraña relación con su yadonushi.

Al principio, de hecho, era así. Sin embargo, eso no tardó mucho en cambiar... no es que ninguno de ellos se diera cuenta muy pronto.

Bakura pensaba que mantenía a distancia a su luz, siempre sin darle ninguna esperanza de tener una relación simbiótica y emotiva como la del faraoncete y su enano.
Ryou ciertamente llegó a sentirlo así. Las cosas entre ellos, sin embargo, cambiaron a medida que se fue acostumbrando a su yami. Ni Ryou se dio cuenta, ni Bakura iba a admitirlo.

Fictober 2021Donde viven las historias. Descúbrelo ahora