16. Olas

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"Me encontré en un mar en el que las olas de alegría y dolor chocaban entre sí" Naguib Mahfouz.

La vida adulta apestaba. Los niños que sueñan con crecer y ser grandes no tienen idea del tesoro que están desvalorizando.
Ser niño, incluso en una familia estricta, o desobligada, es un centenar de veces mejor que ser independiente y tener que lidiar con las responsabilidades adultas.

Luis recuerda casualmente sus vacaciones de la niñez, todas esas veces que estuvo frente a la inmensidad del océano desde la aparente seguridad de una playa, mientras se sienta en la piedra lisa y suave de un pequeño acantilado, justo frente al mar, años más tarde, en sus veinte.

Y no, no son vacaciones. Está en un trabajo de campo, algo que probablemente tomará la mitad del verano, junto a un grupo de la universidad. Su trabajo se centra en crear publicidad sobre la concientización por el océano y la vida marina.

Luis toma una pequeña roca suelta en su mano y la hace saltar un par de veces mientras mira el agua, reflejando los colores cálidos del cielo al atardecer. Es tarde, siempre es relativamente tarde cuando se pone el sol en verano, y Luis sabe que debe volver a la pequeña ciudad para reunirse con el grupo en la cena, pero realmente no está ansioso por ello.
Aprieta la piedra en su mano brevemente antes de lanzarla a la marea alta frente a él, dónde rebota unas tres veces antes de desaparecer.

Nunca tuvo un amor particular por el océano. Cuando era niño, tenía algo más que el saludable miedo a las mareas cambiantes, y jamás se internaba más allá cuando el agua le superaba la cintura.
No nada muy bien, es más como solo flotar, por lo que solía pasar sus vacaciones saltando entre las pequeñas olas que rompían sobre la arena, caminando de un extremo a otro de las playas y recogiendo baratijas bonitas, como caparazones y conchas.

Aún así, guarda recuerdos maravillosos de esta playa. La casona justo detrás de él pertenece a su familia materna. El lugar favorito de su abuela materna, donde pasó la mayor parte de su vida.
La casona ahora se alquila a turistas y viajeros, pero Luis pudo apartarla para sí mismo una vez que supo la dirección de su trabajo de campo. Así que no estaba compartiendo un hotel de paso con sus compañeros de trabajo. No es que le importara. Eran compañeros, no amigos.

Luis mira hacia el cielo unos momentos más. Las primeras estrellas ya se destacan en el cielo rojo, naranja y púrpura; el sol es un semicírculo amarillo que se deshace cada vez más en un charlo de luz, justo en la línea del horizonte, dónde solo hay mar, formaciones rocosas no lo suficientemente grandes para considerarse más acantilados y atisbos de islotes lejanos.

El chico suspira, mirando su reloj a prueba de agua, y se levanta para caminar los diez metros que lo separan de la puerta trasera de la casona.
Si mañana bajaba la marea, tal vez podría bajar por el camino bifurcado, casi tallado en el lateral del pequeño acantilado, y pisar aquella nostálgica playa, donde pasó tantos veranos.

Por ahora, va a cenar algo y regresar para desmayarse en la cama por unas buenas ocho horas como mínimo.

~∆~

Pasan dos días antes de que la marea baje lo suficiente como para dejar la playa al descubierto.

Es domingo, lo que significa que el trabajo real empieza mañana. Por ahora, sus compañeros están turisteando el lugar. Luis no necesita eso, conoce la pequeña ciudad de casi toda la vida, así que aprovecha el tiempo para abastecer su nevera y alacenas -lo que significa adquirir tanto cereal y fideos instantáneos como sea decentemente posible-
Hay gente que lo reconoce como el nieto de su abuela y lo saluda en su camino. Gente que ha vivido toda su vida en esta pequeña ciudad. Luis no reconoce a algunos de ellos, pero eso no evita el sentimiento de nostalgia.

Fictober 2021Donde viven las historias. Descúbrelo ahora