8._Rigor Mortis

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Primera parte.

Llovía y el humo de las chimeneas del pueblo, se mezclaba con las nubes bajas creando una niebla densa. Más allá del cristal de la ventana del carruaje, solo había un manto gris. Mary dibujo un pájaro en el vaho mientras descansaba su cabeza en el hombro de su esposo, que al sentir aquel contacto se quitó los lentes y cerró el libro que estaba leyendo, no antes de doblar el extremo inferior de la página, haciendo un pequeño triángulo a modo de marcador.

-¿Estás cansada?- le preguntó con esa voz tranquila y elegante, que daba a todas sus declaraciones un aire gentil, pero distante.

-Tengo frío- respondió la muchacha, pero mintió. Estaba aburrida. Harta del viaje.

Su esposo, que le llevaba bastantes años, se quitó la manta que tenía puesta en las piernas y la cubrió con ella, para después tomar una posición más cómoda que le permitiera a la muchacha descansar. Así Mary terminó acurrucada en el pecho de su esposo, esperando llegar pronto a su nuevo hogar. Levantó un poco la mirada y se quedó viendo la barbilla inberbe de su marido, después bajó los ojos para ver la mano que puso sobre su hombro. Allí brillaba la sortija de matrimonio. Huyó a los sueños después de eso.

Su nombre era Dai y era un prestigioso doctor o así se presentó ante ella y su familia. Era viudo con una docena de hijos. No era el mejor partido,
pero ella tampoco podía considerarse el premio mayor. Mary tuvo un idilio con un hombre al que se entregó una tarde de primavera. Lo hizo conciente de que eso significaba el fin de su vida en sociedad. Nunca iba a poder casarse con un buen partido y por ello su madre casi la encierra en un convento. Era una vergüenza lo que había hecho. Pero Mary se las arregló para huir de ese fatídico destino. Sin embargo, sus posibilidades de una vida decente se estaba deteriorando año tras año. Pronto se convertiría en una carga para su familia. La fortuna fue gentil con ella y la puso en el en el camino del doctor a quien su madre y hermano, prácticamente obsequiaron. A Dai no le importó que no fuera pura, que su familia tuviera problemas económicos o que ella lo mandara al diablo la primera vez que se presentó en la casa pidiendo su mano. Realmente parecía muy interesado en hacerla su esposa e insistió hasta conseguirlo.

Mary se casó porque no tuvo opción. Apenas conocía a ese sujeto que una vez terminó la boda se la llevó de la ciudad. Hacia apenas una semana de eso. Ni siquiera habían consumado el matrimonio. Apenas se podía decir que se estaban conociendo. Él no la trataba mal. Era muy atento y hasta complaciente con ella, sin embargo, Mary no lograba sintonizar con él.

-Querida, hemos llegado- le dijo para sacarla de su sueño y Mary respondió de inmediato. Tenía el sueño ligero.

Dai fue el primero en bajar del carruaje. Sus botas se hundieron en el fango, pero no pareció molestarle. Al amparo de un paraguas que sostenía su criado, ayudo a su jóven esposa a descender. La muchacha miró el edificio delante de ellos y en seguida su rostro sufrió un cambio.

-Crei que habías dicho que está noche llegaríamos a la mansión- le dijo la muchacha.

-Lo siento, pero el camino no está en condiciones- le dijo tomándola de la mano para hacer que ella lo sujetase del brazo- Siempre que llueve es igual. Nos quedaremos en esta posada hasta mañana, pero si el clima no mejora, me temo, será un poco más.

-Sí tienen una cama tibia y un baño, no me quejaré- le dijo Mary y ambos ingresaron al edificio.

El olor del tabaco, el guiso, el pan y el licor golpearon la nariz de la muchacha. La temperatura al interior del lugar era muy cálida, no así las miradas que ambos recibieron. Es que sus aspectos gritaban que provenían de la ciudad y los citadinos no eran muy bienvenidos en aquel pueblo. Ambos se acercaron al mesón, para hablar con el posadero. Caminó ahí, Dai por ir viendo una extraña ornamenta colgada en la pared, tropezó con un sujeto y lo hizo tirar la cerveza. La pinta quedó tirada sobre las tablas y el contenido baño las botas de Dai, quien se disculpó de inmediato. Pero ese sujeto con aspecto felino y vestido con un abrigo oscuro, ni siquiera lo escucho. De una forma exagerada, posiblemente por las varias copas de más,
sujetó al doctor por la ropa y le reclamó su falta de cuidado. Le gritó de una forma que causó terror en muchos de los presentes que abandonaron las mesas aledañas al conflicto. Aquello dijo bastante a Dai, que de forma calmada le pidió que se comportará, pues estaba haciendo todo un espectáculo por nada. Antes de que ese individuo antropomorfo pudiera responder, el doctor golpeó un punto en el costado de su captor, que tuvo que poner una rodilla en el piso para resistir el dolor.

Octubre SangrientoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora