9._Rigor Mortis

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Segunda parte.

Cuatro velas iluminaban la habitación. Cuatro velas puestas en las cuatro esquinas de la cama, donde Mary yacía muerta.

Todo paso tan rápido. Los empleados de la casa no terminaban de creerlo. Primero Dai contrajo una fuerte gripe,
luego ella se contagio y solo en cuatro días falleció. La fiebre jamás bajo pese a que Dai intentó todo para lograrlo. Finalmente, después de unas duras jornadas, la muchacha sucumbió a la muerte, entre extravagantes delirios.

-El doctor debe sentirse terriblemente frustrado. No pudo salvar a su esposa- dijo una de las empleadas a su compañera antes de abandonar el dormitorio.

-Pobre de la señora. Tan jóven que era- le respondió la otra dándole una última mirada al señor de la casa, que estaba de pie a un costado de la cama.

La puerta se cerró y la oscuridad se hizo más intensa. Las largas velas perfumaban el aire con olor a cera. Ningún sonido perturbaba aquella habitación tan estática como el cuerpo de la mujer en la cama. Dai dio un paso al frente para verla mejor. Su piel siempre fue pálida, pero en la muerte había adquirido un tono de blanco más puro. Un tono helado y casi santo. El color de su cabello parecía haber adquirido mayor intensidad. Las ondas de su pelo se veían tan delicadas sobre su camisón de dormir, como los pétalos de las rosas sobre un lienzo de seda. Su pequeña boca de ese débil color rosa permanecia entreabierta y los dientes que se asomaban parecían perlas suspendidas en la entrada a un túnel sin entra a la luz. Era hermosa. En vida su aspecto no resaltaba demasiado, pero en la muerte era hermosa. Escalofríantemente hermosa.

Dai le hizo una caricia con la punta de los dedos. Todavía estaba tibia y su cuerpo blando. La contempló otro rato, después tiró del listón en el camisón, abriendo la prenda. Tenía que darse prisa. Ella había muerto con fiebre, el rigor mortis ocurriría más rápido. Dai la desvistió con cuidado, para limpiar su cuerpo. Cuando terminó con eso la dejó desnuda sobre la cama y uso el listón, que Mary usaba en el cabello, para cubrirle los ojos. A veces, durante el proceso, los párpados podían llegar a abrirse y eso nunca era agradable. Mientras Dai se quitaba la ropa, miraba por la ventana. En tres días habría luna llena. El tiempo apremiaba en más de una forma. Cuando no tuvo atuendo alguno, a gatas subió a la cama y como un felino se aproximó al cuerpo muerto de su esposa. Una vez sobre ella, le miró el rostro como esperando a que hiciera algún movimiento involuntario. Es que con esa venda en los ojos y lo fresca que todavía estaba, la muchacha parecía solo estarse prestando a un sensual juego de alcoba, pero no era así. Mary estaba muerta. Mas con la misma delicadeza que si hubiera estado viva, Dai froto su nariz en aquel cuello todavía perfumado de su esencia, pero no hubo en aquel cuerpo la agitación de costumbre, ni las suaves manos de la mujer subieron hasta detrás de su cabeza y espalda, a frotarse sugerentes.

El reloj marcaba la media noche y pese a que uno de sus empleados había ido por las autoridades, Dai no tenía prisa. Posiblemente no regresarían hasta la mañana. Había estado lloviendo esos días y el camino al pueblo era un lodazal. Cerró los ojos y bajo su cara por entre los pechos de la inerte mujer. Incluso saboreó aquella piel, pero le resultó insípida. Cuando llegó al abdomen de Mary, tuvo la sensación de que las manos de su esposa se estaban cerrando entorno a él y eso lo hizo abrir los ojos cuál si hubiera pateado una puerta. Para estar más cómodo tomó los brazos de la muchacha y los puso bajo la espalda de la misma. Cuando se apartó un poco para contemplarla, la escena se le hizo bastante sensual. El listón negro sobre aquellos ojos, las manos que parecían estar atadas y la total disposición que tenía de ese cuerpo, lo estaban exaltando de una forma totalmente nueva para él. Se tomó largos minutos para acariciar esa carne insensible a la más lujuriosa de sus caricias. Antes de entrar en aquel cadáver, se mordió la punta de los dedos para dibujar antiguos signos sobre el abdomen de su esposa. Una vez aquello estuvo listo y exitado por la exuberante ilusión que tenía anta si, procedió. Lo había hecho antes, pero en esa oportunidad ocurrió un conjunto de cosas que le permitieron disfrutar del erótico acto. Con cada vaivén ella parecía agitarse y de su boca casi daba la impresión de que escapaban melosos gemidos, pero no era cierto. Mary estaba completamente muerta y, sin embargo,vDai nunca se sintió, con ella, tan libre en el lecho como esa noche en que dió rienda suelta a toda la pasión contenida detrás de su siempre perfecto semblante y cuidados modales. Disfrutó de cada centímetro de esa piel lechosa y de cada posibilidad de postura de esos flácidos miembros. Al depositar lo que tenía que dejar en ella, lo hizo olvidando todo su recato. Terminó cansado,
cubierto de sudor y con el cabello desareglado. Miró a su esposa y le arrancó la venda de los ojos esperando encontrar sus pupilas brillantes de gusto, pero sus párpados estaban cerrados.

Octubre SangrientoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora