Paz Y Amor (Stenny)

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Kenny sabía que venir era una mala idea. Lo sabía desde el mismo instante en el que aceptó ir. No, incluso antes eso, ya sabía que tomaría una mala decisión desde el momento en el que conoció a Stanley Marsh.

De hecho, si se tiene en cuenta que Kenny siempre había sabido que su atracción por los hippies le llevaría a tener problemas, no habría ido ni de coña a ese viaje.

Pero el pelo oscuro despeinado de Stan y su desaliñada casi barba, la gargantilla de cáñamo y el colgante de hueso en la garganta, su raído jersey de lana y sus caros pantalones nuevos para el aire libre, todo ello se convertía en algo tan atractivo que Kenny sencillamente se olvidó del sentido común y aceptó ir al viaje.

¿En qué estoy pensando? — se preguntó Kenny mientras colocaba con cuidado un pie para evitar caer el barro (otra vez).

Su único consuelo era que todos se habían caído en algún momento. Bueno, todos menos Stan y su compañera de viaje, una chica sarcástica llamada Red.

Kenny suspiró y se quitó un mosquito de la frente.

— Putos bichos. — murmuró, dándole una palmada también a los tres insectos que tenía en el brazo.

Ningún enamoramiento no correspondido merecía esto.

— ¿Cómo lo llevas? —Stan le llamó mientras caminaban.

— Pues ahora mismo me siento como si estuviera en un buffet libre. — respondió Kenny, tratando de atrapar uno de los bichos que vuelan, pero tropezando en su lugar.

Stan le devolvió la mirada.

— ¿Estás bien? — preguntó, haciendo una pausa para asegurarse de que Kenny estaba en buen estado.

Kenny asintió, deseando poder leer en el comentario de su guía algo más que la simple preocupación por el estúpido chico de ciudad que arrastraba por el bosque. Sin embargo, Stan mostraba la misma preocupación por todo el mundo. Kenny no era especial.

— Pronto haremos un descanso; hay una pequeña planicie más adelante. — dijo Stan, una vez que el rubio se hubo enderezado de nuevo. — Podremos beber un poco de agua y tal vez ponernos algo de insecticida.

Kenny gruñó, y su atención volvió a centrarse en sus pies y no en el atractivo hombre que tenía delante, lo cual no era algo que le ocurriese muy a menudo. Sin embargo, en ese apestoso pantano, incluso las miradas embelesadas tenían que ceder ante la necesidad de que no se le torcieran los tobillos y que no se le manchasen las rodillas.

Stanley tenía razón sobre la pequeña planicie, y Kenny se sentó felizmente en una roca, apoyándose en su mochila para quitarse el peso de los hombros y la espalda adolorida.

— ¿Por qué estoy aquí? — murmuró Kenny para sí mismo.

— ¿Te encuentras bien? — preguntó Red, frunciendo el ceño.

Kenny forzó una sonrisa.

— He estado mejor. — dijo. — Pero no creo que me vaya a morir todavía.

— Bien. — dijo ella, devolviendo la sonrisa. — Porque hay una pequeña montaña que vamos a subir pronto, y prefiero no llevarte a cuestas.

Kenny gimió.

— ¿En serio? No jodas.

Red se rió, aparentemente tomando su comentario como una broma, y se alejó para comprobar a sus otras víctimas.

Kenny suspiró y cerró los ojos por un segundo.

— ¿Tienes algo de agua? — preguntó Stan.

Una Semana Especial (South Park)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora