Blasón (Cryle)

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— ¿Estás seguro de que está aquí?

— ¡Pues claro que estoy seguro! ¿Por quién me tomas, por un tonto? — sisea y el asesino le envía una mirada inexpresiva, que le hace erizarse y preguntarse una vez más qué demonios le hizo considerar llevarlo a la taberna en primer lugar. — ¡Deberías agradecerme que esté dispuesto a ayudarte! — añade, mientras mira a ambos lado con nerviosismo. — No puedes subestimarlo, y la armadura que buscas es algo muy preciado para su familia...

— Llévame hasta él. — dice con desprecio, agarrando por el cuello al débil muchacho de la panadería local. Con el sudor en la frente y los dedos enguantados clavándose en el tierno músculo de su cuello, mira con miedo al asesino. La capucha de su capa le cubre el rostro con una sombra nítida, pero no antes de vislumbrar unos aterradores ojos grises. — ¡Ahora! — ladra el asesino y lo suelta, con la mano cerrada en un puño, que el muchacho de la panadería no puede pasar por alto.

— Por... por aquí. — murmura, encorvado, mientras lo guía por el húmedo callejón.

Craig Tucker deja que su mirada recorra los alrededores, deteniéndose en las extrañas marcas que arañan las paredes de piedra quemada. Su ceño se arruga y cuando vuelve a mirar al ayudante del panadero, cuyo nombre era Scott, descubre que el chico vuelve a mirar a ambos de manera temblorosa.

— ¿Qué ocurre? — le pregunta Craig, y es como un susurro contra su oído, amenazante de la forma en la que sólo los asesinos podrían hacerlo.

Scott Malkinson le mira por encima del hombro y sólo acierta a señalar otro callejón tortuoso, entre risas estridentes y el sonido de las palmas en señal de hilaridad.

— Puede que haya olvidado mencionar un pequeño detalle. — comienza tímidamente, con un titubeo en sus palabras. — La taberna que suele frecuentar es visitada a menudo por los Templarios...

Craig lo mira fijamente y Scott está seguro de que va a asesinarle en ese mismo instante. De un tajo, justo en el cuello y antes de que pueda emitir un grito. Una ejecución limpia. Pero en lugar de eso, se encuentra con unos ojos grises centelleantes y una sonrisa aterradoramente tranquila que sólo hace que Scott se pregunte una vez más por qué se ofreció a llevar a alguien de la infame familia Tucker a conocer a otra familia igual de infame como los Broflovski.

La familia Broflovski hacía tiempo que había tenido sus días de gloria. Ahora, era simplemente historia, con muchos de sus miembros dispersos por el mundo. No se sabía mucho sobre ellos, excepto que se habían infiltrado casi en cualquier lugar y que habían caído de la misma manera en la que lo hacen las flores: silenciosamente. El heredero de los Broflovski era muy reservado en cuanto a las cuestiones más profundas, pero Scott sabe lo suficiente como para decir que esa armadura que tienen es legendaria por su fuerza y que cualquier asesino que la posea podría perfectamente masacrar a todo un ejército sin apenas sufrir daño.

La propia curiosidad de Scott siempre había sido algo que su madre siempre le recriminaba, pues decía que por culpa de ésta lo acabaría matando. Estaba seguro de que su madre sabía lo que hacía, quizás demasiado bien, pues el asesino se ajusta su pesada capa y le dice que se dé prisa.

— ¿Por qué necesitas la armadura? — susurra Scott, empujando la puerta trasera de la taberna. La puerta cede como él espera que lo haga. — Dicen que es un mito, ya sabes, y aunque te lleve hasta él, no hay garantía de que te la entregue... ¡Ni siquiera de que te diga dónde está!

Craig resopla.

— ¿De verdad está escondida?

Scott le mira con desprecio.

— ¿Ahora quién es el tonto...?

— ¿Quién está ahí? ¿Scott? — dice otra voz, curiosa. Es profundamente rasgada, piensa Craig, y suena más como si perteneciera a un coro de voces blancas que a los confines de una taberna cualquiera. — ¿Eres tú? ¿Qué te dije de entrar por estos sitios? Ya sabes que si alguien te ve, tendré que buscar a alguien que me ayude a resolver el entuerto, ¡y ahora mismo voy mal de dinero!

Una Semana Especial (South Park)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora