Capítulo 1

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LUCES

La alarma que nos despierta a todos vuelve a sonar de nuevo, justo a las seis en punto. Parece ser que eligen con precisión el sonido perfecto para que quieras levantarte de la cama, o más bien, el colchón medio duro de una litera, para simplemente dejar de escucharlo. Me froto los ojos y me inclino sobre el colchón de la litera hasta quedar sentada, cogiendo las botas que dejé la noche anterior ahí apartadas entre la ropa que casualmente no es mía, y casualmente, prefiero no saber de quien es.

Me pongo antes unos calcetines que dejé estratégicamente dentro de estas, y después de tenerlas puestas las ato con los dedos entumecidos. Bajo las escalerillas y me encuentro a mi compañera repitiendo lo que acabo de hacer.

—Buenos días.

—Buenos días, ¿has dormido bien?—dice con una sonrisa cómplice.

—Todo lo que se puede después de haberme dado de morros al intentar subir.— sí, no llevo siquiera una semana aquí y ya me he caído al intentar subir a mi colchón.

Se ríe y me da unas palmaditas en la espalda, como si eso me sirviera de apoyo, y claro que finjo que sirve. Me dirijo al servicio donde ya hay una gran mayoría de mujeres, me acerco a un lavabo a cepillarme los dientes, y mientras, arreglarme el nudo que tengo sobre la cabeza llamado cabello.

Me miro al espejo y veo mis propios ojos que a mi parecer son de un azul más claro por las mañanas; veo mi propio rostro, no muy pálido pero tampoco tan moreno, con algunas pecas esparcidas en las mejillas y nariz. Cuando termino me reúno con las demás y suena un pitido que anuncia que el sargento está cerca.

—¡En orden!—hablando del rey de Roma.

Se sostiene un silencio sepulcral en la habitación y todos se ponen en orden. Una fila en frente de las literas, delante de la restante.

—¡Número 1!

Empieza a pasar lista hasta llegar al mio.

—¡Número 24!

—¡Presente!

Y así hasta terminar de nombrar.

—Salid por orden hasta la línea roja donde se encuentra el grupo masculino. Y animad esas caras, me estáis deprimiendo solo de veros.

Una vez en la línea roja me giro para ver al grupo masculino, donde todos tienen una altura alta o mediana. Mientras paso la mirada por todos de forma rápida me encuentro con la de un chico observándome.

Por alguna razón no aparto los ojos, parece hipnotizante, quizá por la forma en la que sus ojos insisten en seguir fijos en los míos. Él es el primero en apartar la mirada y yo hago lo mismo imitándolo, pero justo en aquel momento llega el sargento. Lo primero que hace es mandarnos a correr, así que eso hago.

—Quien me manda a venir aquí y correr 10 kilómetros.—¿Estoy escuchando bien?

—¿Qué?—Algunos se giran por el tono alto en mi voz.

—Sí, cariño.—me dice con una risa por mi repentina sorpresa, pero...¿en qué momento lo había dicho?

—Dios santo.—Ahí termina nuestra breve conversación.

Terminamos esos jodidos kilometros a la hora justa para comer, y esta vez tocan lentejas, no creo que pueda ir a peor el día, aunque el lado positivo es que saldré más cuadrada que las losas que estoy pisando.

—¿Ahora siesta, no?—vocifera la chica de antes.

—Sera lo único bueno del día si eso pasa.—respondo bromeando,  provocando así una carcajada por su parte.

Si fuéramos estrellasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora