Capítulo 11

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SANGRE

Entro a mi propio cuarto de baño cuando termina la guerra de bolas. He sudado jugando, pero cuando he dejado de moverme se ha convertido en sudor frío, lo que me puede enfermar. Así que decido darme un baño de agua caliente.

Pongo mi móvil sobre la encimera del lavabo con mi lista de Spotify sonando. La canción que suena ahora es Power. La canto mientras abro el agua en la zona caliente dejando que llene la bañera mientras muevo mi cuerpo al ritmo de la canción.

I got the power.

Canto moviéndome, y comienzo a desvestirme para entrar a la bañera. Entro abrazandome a mis rodillas mientras el agua sube.

Cuando la bañera está llena estiro mis piernas dejando que una corriente placentera recorra mi cuerpo mientras empiezan las primeras notas de la siguiente canción.

Disfruto de la melodía mientras cierro los ojos, dejando descansar mi cabeza sobre el extremo de la bañera. Paso mis manos por mi cuerpo, redondeo mis pechos para llegar a mi cintura y pasar suavemente mis dedos, con la fragilidad de una pluma por mis muslos.

Una corriente se hace notar entre mi cuerpo y respondo a lo que mi cuerpo pide hasta que sin saber cuánto tiempo ha pasado el orgasmo se hace presente dejándome tocar el cielo.

Termino de ducharme después de lo sucedido y salgo de la bañera. Paso mi mano por el cristal del espejo para ver una Briana acalorada, con las mejillas enrojecidas, reflejada en el.

Me cambio en el baño con la ropa que traje y salgo a mi habitación secando las gotas que caen de mi cabello con la toalla blanca que sostengo en mis manos.

Entro cerrando la puerta tras mi y al alzar la mirada me sobresalto.

—¿Quieres que me dé un maldito infarto, Alan?

El chico se ríe, pero la intensidad de su mirada me descoloca.

—¿Por qué me miras así?—pregunto cruzandome de brazos y apoyándome sobre la puerta.

—No, nada, supongo que lo has pasado bien ahí dentro.

No. Me. Jodas.

Ahora mismo estoy planeando las cien maneras de huir por la ventana que tiene detrás sin ser atrapada por él o sin romperme un hueso al saltar por ella. Pero en vez de hacer eso opto por rezar un padre nuestro y ver si me puedo hacer cristiana en este mismo momento.

—Emm, no sé de que hablas.—finjo demencia mientras rasco mi nuca y salpican algunas gotas de mi cabello en mi camiseta fina blanca. No me hace falta manga larga dentro de la cabaña por el aire acondicionado que calienta todo el espacio.

—Ajá, haré como que te creo.—repite mis palabras, pero no me sale la risa. Estoy avergonzada de que me haya escuchado.

—Idiota. La próxima llama antes de entrar.—le digo con molestia y el asiente.

—Vale, despistada.

—No me llames despistada.—le digo mientras avanzo por la alfombra que ocupa todo el suelo de la habitación y calienta mis pies.

—No me llames idiota.

Ordeno la ropa que mandé a lavar está mañana para meterla en los cajones del armario mientras lo escucho.

—Eres un idiota.—replico agachandome a meter las camisetas en el primer cajón.—por eso te llamo así.

—Tu eres una despistada.

—No soy una despistada.—le interrumpo antes de que siguiera.

—No soy yo quien lo dice, fuiste tú el día que chocaste conmigo en el comedor.—sonríe.

Si fuéramos estrellasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora