3. Remanentes de un espectro

183 19 0
                                    

Dabi

– ¡Eres tú quien debe superarme! – me desplomé al suelo al recordar su maldita voz. Empecé a odiarme por sentirme débil y frágil. Miles de golpes certeros y quemaduras alrededor de mi cuerpo no hacían más que arder una vez más. Mi pecho dolía con la brusquedad de un taladro enterrándose bruscamente y mi respiración era inestable. Estaba perdiendo el conocimiento.

– ¡Otra vez esa maldita pesadilla! – apreté mis ojos con fuerza, sentado al borde de la cama. Mi cuerpo estaba empapado en sudor y la respiración agitada. Llevé mi mano a mi garganta como aquella vez, y sentía como la quemadura cubría parte de mi pecho hasta las comisuras de mi boca. Pensando en mi actual apariencia no hice más que terminar el trabajo.

A medida que los recuerdos de la última vez que lo vi me azotaban, las llamas azules no hacían que aumentar. Y por un corto tiempo, la imagen de un niño de cabello bicolor se escurrió en el cuarto oscuro donde estaba. Sus pequeñas manos sostenían mi rostro mientras impotente solo sentía mis lágrimas caer, para luego ser sustituido por un resentimiento exponencial.

Tomé mi chaqueta y decidí salir a caminar. Había una oscuridad infernal y pese a estar en altas horas de la madrugada, había más transeúntes de lo que imaginaba.

De camino, empezaba a tener visiones que jamás pensé que volverían a torturarme. Mi cuerpo se sentía pesado y apenas podía moverme. ¿Cómo es posible que después de tanto tiempo estuviera a su merced?

Recuerdos de una mujer de cabello blanco en una esquina, arrinconada tras recibir una paliza de un hombre robusto cubierto de flamas incandescentes, venían en oleadas que me tenía como su próximo objetivo.

Sentía la misma ansiedad nerviosa cada vez que la simple silueta en llamas frente a mí me obligaba a cumplir con las expectativas que ni siquiera él pudo cumplir. Dejaría de aparecerse como un espectro solo cuando no fuera más que eso, una ilusión de un recuerdo incorpóreo.

Me detuve en el techo de uno de los edificios más próximos a la plaza principal. Había una repetición del noticiero, acompañado de varias pantallas de brillantes colores anunciando estupideces promocionados por los malditos héroes.

Cuando el impulso de encender unos botes de basura detrás del edificio me tentó a causar un alboroto, un empaque con la inscripción "Teiko no Market" revivió recuerdos que pensé que había enterrado.
– Al parecer la franquicia sigue en vigencia – tomando la bolsa plástica para volverla cenizas, segundos después. Habían pasado menos de diez años que se sentían como una eternidad, sin embargo, las imágenes en mi cabeza se sentían como si les pertenecieran a alguien más.

– ¡No puedo hacerlo! – me costaba respirar tras el fuerte golpe en el estómago
– ¡No eres más que un debilucho! – volviendo a patearme, esta vez consiguió que escupiera sangre – ¡Levántate y defiéndete! – Mi visión era borrosa. Temblaba ante el dolor de mis músculos, y mi piel quemada por el uso constante de mi don inestable. Lo último que recuerdo era mi inútil intento de ponerme en pie al tiempo en que perdí el conocimiento, solo para despertar en el salón de entrenamiento, magullado, impotente y miserable.

La composición fría de mi madre y el don incandescente de él, eran la perfecta combinación para un prometedor, pero inestable don. Mis llamas ardían con más intensidad que las de él, pero mi cuerpo compatible con el hielo, no hacía más que consumirse a sí mismo en cada uso.

No era permitido que me acercara a mis hermanos, por lo que eran solo dos personas que me miraban con angustia, o más bien, miedo desde la distancia, temerosos de correr el mismo destino que yo. Rara vez veía a mi madre, y solo mi abuela se acercaba a mí para darme de comer. Era como si mi mayor logro fuera permanecer con vida durante las vacaciones de verano, anhelando que iniciaran las clases para poder darle descanso a mi piel gastada, a mis músculos entumecidos y a mi espíritu cada vez más decadente. Pero no fue más que un anhelo efímero.

Inconveniente ComplicidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora