9. Lúgubre Catarsis

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Dabi

Estaba siendo arrastrado por una fuerza invisible, envuelto en tinieblas sofocantes que me consumían desde adentro, sofocándome lentamente mientras ese par de ojos turquesas me miraban con desdén con superioridad y una mueca de satisfacción ante mi inevitable sufrimiento.

Inerte, e incluso, divertido por la escena, no presentaba ni la más mínima intención de ayudarme, mientras yo le extendía mi mano, desesperado, anhelando ser una de los tantos civiles a los que había ayudado sin pensar, solo para que me mostrara su espalda, al tiempo en que yo perdía la conciencia y mi vista se tornaba nubosa.

Mi cuerpo estaba empapado de un sudor frío, cuyas gotas podía sentir claramente deslizarse por mi espalada y sien. Incluso después de tanto tiempo, esos malditos ojos me perseguían incluso dormido, recordándome que mientras existieran no tendría descanso.

Mi respiración seguía agitada y ver mis manos temblar, tal y como lo hacían años atrás ante su presencia, convirtió en cenizas el edredón que pocos minutos antes me cubría.

Las pesadillas en las que era el protagonista siempre concluían dejando consigo la sensación de vacío, pérdida y desprecio.

Desde que casi fui descubierto cuando los vi salir del hospital, había pensado en ellos más de lo que debería, reviviendo recuerdos que parecían ser de alguien más, donde poco o rara vez compartí tiempo con alguno de ellos. Para mis hermanos, no debo ser más un ente desdichado cuya breve existencia no fue más que una sentencia a su prematura muerte.

Odiaba sentirme así de aturdido. Incluso durante la maldita reunión con Shigaraki en la que me solicitó reclutar más miembros para este circo al que llama "Liga de Villanos", seguía sintiendo la mirada desdeñosa del que esta podrida sociedad llama "héroe".

Para variar, debía escabullirme entre los callejones más oscuros para llevar los plácidos encuentros con seres a los que las ratas no tendrían nada que envidiar, para que, como siempre, tuviera que deshacerme de puro puberto pretencioso con aires de delincuente de guardería o, peor aún, ladrones de electrodomésticos a los que ni siquiera la policía tomaba en serio y a quienes sentía que les facilitaba el trabajo, al purgar a su perfecta ciudad de alimañas como estas.

Yo no era más que una morgue andante, una urna cuyas cenizas estaban desbordadas de fantasmas que no figuraran más que como insignificantes desaparecidos en un reporte oficial. Ya que, si ni siquiera sirves para ser un villano, ¿para qué otra cosa sí?

La ronda de esa noche estaba a punto de terminar, cuando el último de ellos, un tipo cuyo don, imitar voces, era mucho más útil para un ventrílocuo barato que para provocar terror, nada que un modulador de voz corriente no hiciera. Lo descarté como la repugnante cucaracha que era, solo para que intentara, fallidamente, intimidarme con la voz más grave que tuviera. Patético.

– ¡Por favor! – gritaba como lo haría una alimaña ante un insecticida – ¡No diré nada! ¡Lo ju..! – cociéndolo a fuego lento, ahogando uno de sus inútiles gritos de ayuda. No te salvaron de ser un antisocial, ¿y crees que lo harán ahora que lo eres? Dejé escapar una risa ante lo ridícula de su premisa, al tiempo en que veía como sus piernas ya no le servían ni para mantenerse en pie.
– Si hubieras sabido que no debes confiar en un villano, – haciendo que la tela de su ropa se consumiera por mis llamas – no te habrías presentado en primer lugar. – Lanzando otra llamarada en su dirección, para que ahora se retorciera como babosa en sal, con la piel rojiza y cubierta de ampollas – Al menos sin una coartada.
– ¿Acaso... no piensas en... tu familia? – temblando. De todas las preguntas que jamás pensé escuchar, esta no era ni remotamente la que esperaría de un moribundo desahuciado, aunque, mentiría si dijera que no me tomó desprevenido. La imagen de Natsuo y Shoto felizmente jugueteando en la acera tras haber visitado a nuestra madre se coló brevemente en mi campo visual, para recordarme que, los fantasmas no existen.
– Sí, lo hago todo el tiempo. Lo pienso tanto que me está volviendo loco. – Avanzando hacia él, pues ese breve lapso le permitió arrastrarse unos cuantos metros lejos de mí. – Sin embargo, para tu desdicha – el terror en su rostro era fascinante – soy incapaz de sentir melancolía. – Haciendo que su último recuerdo fuese la imagen turquesa de un fuego infernal que lo convirtió en lo que siempre fue, escoria. – Que recurso tan patético.

Inconveniente ComplicidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora